BUENOS AIRES EN BICICLETA

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El gustito de andar en bicicleta es incomparable, aunque a menudo surgen cuestiones que pueden complicar una placentera circulación por calles, avenidas, ciclovías, parques, plazas o senderos urbanos y/rurales. Una de las desventajas que suelen presentarse guarda estrecha relación con las gomas del rodado, que podrían estar desinfladas. Con un solo neumático que padezca este inconveniente, bastará para provocarle un simbólico dolor de cabeza, a una travesía que en condiciones normales, debería ser de lo más tranquila.
Me ha tocado lidiar con situaciones de esta naturaleza. Me juega en contra, a veces, mi propia falta de entusiasmo para desviarme del camino y cumplir en una bicicletería, con la medida precautoria de llenar los neumáticos con el aire suficiente. Después, cuando preciso hacer un notable esfuerzo para conducir por las calles de la ciudad, termino lamentando mi pereza.
Sin embargo, el episodio aquí narrado, no fue causado por una negligencia de mi parte. Si pudiera cargar las tintas sobre un responsable, diría que la cuarentena obligatoria dictada el 19 de marzo, es la que tuvo la “culpa” de todo. El Gobierno Nacional firmó el decreto a fines de detener la propagación del COVID-19, que había avanzado fuertemente en varios sectores del planeta. En la Argentina, recién comenzaba a hacerlo, por eso, era imperiosa la decisión que ordenaba el aislamiento de la población. Por ende, acatando la resolución, me encerré en mi domicilio y sólo salí del mismo con la finalidad de cumplir en las inmediaciones, con las tareas básicas para la supervivencia.
De manera tal que mi bicicleta quedó colgada de un gancho, en el sector del edificio destinado a esos menesteres. Así, fueron pasando días, más días, semanas… No hay que ser tan sabiondo para darse cuenta de que si alguien acostumbra a andar en bici casi a diario, y disfruta del hecho de hacerlo, cuando se ve obligado a dejar de lado la actividad, ésta se convierte en un ejercicio verdaderamente añorado. Y eso era lo que más o menos me estaba sucediendo, si bien tampoco la abstinencia se había transformado en un sufrimiento imposible de sobrellevar.
Hasta que una mañana, la espera terminó. No porque se hubiera levantado la medida gubernamental, sino porque por razones de fuerza mayor (en este caso, hacer un trámite bancario) descolgué el vehículo dispuesto a recorrer los aproximadamente tres kilómetros que separaban mi casa de la entidad bancaria. Este acto, además de representaba la aceptación de una sugerencia de las autoridades, que recomendaban no utilizar el transporte público en caso de tener que trasladarse de un lugar a otro en medio de la cuarentena.
Apenas coloqué el rodado en el asfalto fui invadido por una sensación de felicidad. Casi un mes había transcurrido desde mi último viaje en el amigable medio de transporte. Claro que también, como la bici estuvo “parada” por el mismo lapso, era consciente de que iba a tener que luchar contra el obstáculo de las gomas bajas, el cual no era solucionable en el corto plazo, por encontrarse las bicicleterías cerradas. De todas maneras, como el grado de desinfle no era alto, emprendí la travesía y con bastante esfuerzo pero sin problemas, arribé a destino.
A la vuelta, mi sensación ya no era la misma. El cansancio acumulado, la acentuación de la pérdida de aire en los neumáticos y una leve inclinación que presentaba el camino de retorno, acrecentaron la dificultad post-trámite bancario. De todos modos, la alegría por haberme subido al fiel vehículo después de tantos días, perduró incluso en el esforzado pedaleo del regreso.

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