De qué hablamos cuando hablamos de Autismo

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La columna de la Licenciada Linares (*)

A partir de los aportes de Leo Kanner (1943) y Hans Asperger (1944), el autismo ha sido foco de intenso debate.  El autismo es un concepto dinámico sometido a interpretaciones diversas.  Bajo un controvertido debate entre teorías psicodinámicas, conductistas y biológicas transcurrieron casi cuatro décadas, hasta que el autismo fue incorporado a los manuales diagnósticos. A partir de los años 80 una parte importante de los profesionales implicados en el autismo basa el diagnóstico en criterios consensuados que permiten delimitar grupos homogéneos, sin los cuales sería estéril la investigación y el intercambio de conocimientos.

En la actualidad, cuando hablamos de espectro autista nos referimos a un trastorno del desarrollo con una base biológica. Hay un patrón restringido y repetitivo de intereses, actividades y comportamientos que inciden en la capacidad de la persona para anticiparse y adaptarse de manera flexible a las demandas del entorno. Además, pueden aparecer alteraciones en el procesamiento del estímulo que proviene del entorno. Esto provoca que la persona pueda experimentar  reacciones de híper o hiposensibilidad hacia estímulos de las diferentes modalidades sensoriales (auditiva, visual, táctil, etc.). En ocasiones, el TEA (Trastorno del Espectro Autista) se presenta asociado también a otros trastornos del neurodesarrollo, como la discapacidad intelectual o el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).

Los avances en neurociencias  han mostrado que no puede sostenerse el mito de que el autismo es producto del tipo de crianza. Las investigaciones internacionales apuntan a una causa biológica, genética o congénita.

En la actualidad se lo considera un síndrome que afecta la comunicación e interacción social, la conducta y la flexibilidad de pensamiento en distintos grados según cada persona. Por  eso se habla de TEA. Cuando hablamos de autismo nos referimos a un cuadro donde el desarrollo ha seguido vías diferentes a las típicas.  Nos podemos encontrar con dificultades en la comunicación y el lenguaje, en las relaciones sociales y en la flexibilidad. Pero en el contexto de una gran heterogeneidad. Ya no subsiste  la creencia que sostenía que el autismo se refería a casos de aislamiento casi total.  Hay personas con condición de espectro autista que pueden alcanzar funcionalidad en sus vidas y participación en su familia y comunidad.

 

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Para quienes observan el desarrollo de su bebé, es importante señalar que hay algunos indicadores a los que se debe prestar atención. Por ejemplo, a los 18 meses, si un niño no señala para pedir o para mostrar; si no posee miradas de referencia conjunta (por ejemplo, mirar un juguete y mirar a su madre alternativamente) y no realiza juegos de simulación (por ejemplo, hacer de cuenta que habla por teléfono), entonces sería conveniente hacer una consulta  profesional para una evaluación del desarrollo. Esos indicios están mostrando que algo no va bien y la detección debe ir seguida de intervención temprana. Orientar a los padres sobre cómo comunicarse con su hijo, dar apoyos para compartir juegos y oportunidades de comunicación y desarrollo. La detección temprana mejora el pronóstico.

Hay  programas actuales de comunicación, apoyos y sistemas aumentativos de comunicación que ayudan a las personas con TEA a comunicarse, a hablar. Desde sistemas con pictogramas y fotos hasta sintetizadores de voz.

Con respecto al  sistema educativo, debemos insistir en la necesidad de construir escuelas inclusivas. En el caso de los niños con autismo es fundamental brindar oportunidades y apoyos porque su potencial de desarrollo suele ser enorme. Los niños realizan muchos avances,  nuevos aprendizajes, sus formas de comunicación, su forma de vincularse afectivamente. Con estos apoyos logran mejorar su calidad de vida y en un futuro pueden tener un mayor nivel de bienestar emocional y autonomía.

Ante la complejidad del cuadro se necesita de una mirada interdisciplinaria y de trabajo colaborativo en equipo, que tenga en cuenta no solo las dificultades sino las posibilidades, el potencial y las fortalezas de cada uno.

Los programas de tratamiento deben apuntar a los aprendizajes funcionales, la autonomía, la autodeterminación y la inclusión educativa y social.

Es fundamental que los terapeutas tengan abiertos de manera permanente los canales de comunicación con los padres. Es necesario compartir los objetivos de tratamiento, las orientaciones y las inquietudes con el entorno familiar.

Para contactarse con la Lic.

Correo electrónico: romina_linares@hotmail..com

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