ANGELITO

Angelito

Lamentablemente, no hay fotos de él. Sólo una de su puesto de diarios, que a lo lejos se ve en el extremo inferior izquierdo de esta antigua imagen.

El estudiante se detuvo en Rodríguez Peña y Tucumán. De pronto, se quedó contemplando esa esquina por la que tantas veces había cruzado. Comprobó que algo faltaba. La parada de diarios ubicada junto al paredón de la Universidad del Salvador no existía más. El estudiante conocía a Angel, su dueño. Era un veterano conversador, muy amable… Y quiso seguir recordando, pero no lo logró. Tantas tardes que había parado en ese kiosco… Y lo único que le venía a la mente, era la condición de hincha de Racing y El Porvenir del septuagenario canillita que lo atendía. Ni un diálogo. Ni una anécdota. El estudiante tuvo la necesidad de escribir algo sobre aquella intersección que para los que transitaban a paso apurado por la ciudad, probablemente, carecía de significado alguno. Pero para él, no era una más.

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Rodríguez Peña y Tucumán, hoy. El puesto de diarios estaba en el lugar donde se ve la tapa roja de los bomberos.

Hubiera sido más fácil, quizás, hablar del bar de enfrente, Mar Azul, también ubicado en Rodríguez Peña y Tucumán. El local había sido declarado monumento histórico, por su antigüedad. Sin embargo, el estudiante deseaba recordar a Angelito. Entonces, pidió la colaboración de sus compañeros del Círculo de Periodistas Deportivos, esa entrañable casa de estudios por la que tanta gente pasó a lo largo de décadas.

Solicitó que mensajearan -aunque ahora, insólitamente, se diga uatsapear, guasapear o quién sabe cómo- alguna anécdota a través del grupo que los unía. Llegaron variadas respuestas. La mayoría, cargadas de una triste e inesperada cuota de desinterés. Ninguna lo satifizo. Apenas una que a Angelito, lo recordaba como a un “buen tipo”. Al estudiante no le importó. Procuró concentrarse y que a su memoria llegaran más imágenes, más palabras.

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El café Mar Azul, enfrente al kiosco de Angelito.

Recordó entonces que hace unos cuantos años, alguien le dijo que el canillita había fallecido y que a su parada se la habían llevado. El estudiante se dio cuenta, además, de otras cosas. Por ejemplo, que ya no era estudiante, porque a pesar de un anclaje al pasado duro de destruir, la vida siguió inexorablemente su curso, y que de aquella famosa escuela, él y sus compañeros habían egresado hacía más de veinte años.

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