PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Uriburu_Tucuman2

Pablo estaba a punto de cumplir 30 años, cuando lo atacó un fuerte estado gripal. Un lunes, comenzó a sentirse mal, estando en su lugar de trabajo. Dolorido en gran parte del cuerpo, claro síntoma de gripe, un compañero lo acercó desde la oficina donde cumplía funciones administrativas, hasta su casa, en auto. Apenas llegó se metió en la cama. Pasó tres días completos (martes, miércoles y jueves) en un reposo casi total. De a poco, el malestar comenzó a ceder. El viernes por la mañana ya se sentía mucho mejor y por la tarde, contento por su recuperación, regresó al trabajo. En el tiempo que duró su convalecencia, no se hizo mayores problemas, al margen de atravesar las dificultades tan comunes a la gripe. Pero con respecto a creer que tenía una enfermedad grave, a preocuparse más de lo normal, a “hacerse la cabeza”… No. En absoluto. Pablo recordó que unos años después, ante otros estados gripales que tuvo, sí habían visitado su mente los miedos de estar frente a una enfermedad más compleja, algo que en definitiva, no ocurrió. O sea, que había un límite, un antes y un después, un punto de inflexión a partir del cual, de pronto comenzaron a emerger trastornos de ansiedad que hasta cierto momento de su vida, o bien no existían, o permanecían ocultos. ¿Cuál sería esa línea fronteriza?

Años después de aquel estado gripal señalado más arriba, Pablo escribió: “Cambiar impaciencia por confianza”.

Uno de los relatos bíblicos que en lo personal más me ha impactado, es el de la muerte y resurrección de Lázaro. Yeshúa (Jesús) no estaba en Betania –la aldea donde este hombre vivía- cuando lo mandaron a llamar por causa de su enfermedad. Lo más llamativo es que tampoco acudió de inmediato cuando se enteró que lo estaban esperando para que lo sanara, sino que a pesar de que amaba a él y sus hermanas, esperó dos días antes de ir a Betania. A pesar de que sabía que Lázaro moriría, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella” (Juan 11:4). Cuando llegó Yeshúa, Lázaro ya había muerto y Él lo resucitó. Por obra de este gran suceso, quizás quede un tanto relegado otro hecho: Yeshúa no fue enseguida y tampoco le informó a nadie –ni siquiera a sus discípulos-, el motivo por el cual tuvo esa aparente demora. Sin embargo, por alguna razón actuó como actuó.

De la misma manera, cuando le pedimos algo a Dios, la respuesta no siempre llega en el tiempo y la forma que esperamos (algunas veces, incluso, nunca llega). No significa esto que Él no haya escuchado la oración o que no ame a sus hijos. Puede ocurrir, que el propósito divino sea el de “retrasarse” para conseguir un fin superior, el cual escapa a nuestro entendimiento.

Las hermanas de Lázaro, Marta y María, deseaban fervientemente que Yeshúa llegara antes de su muerte, para que lo curara de su enfermedad. En cambio, sí se presentaron muchas personas, para darle el pésame a la familia. Tras su resurrección, esa gente quedó azorada por lo que acababa de lograr Yeshúa. “Por esto muchos de los judíos que habían venido a ver a María, y vieron lo que Yeshúa había hecho, creyeron en Él”, indica el texto bíblico (Juan 11:45). Aquí está, entonces, el motivo de la aparente demora.

Los relatos bíblicos fueron escritos para instrucción de las generaciones posteriores. Lo que distintos hombres de fe escribieron en el pasado bajo la inspiración de Dios, nos sirve de enseñanza para aplicarlo en el presente. Entre tantas cosas, con este caso las Escrituras nos enseñan que no debemos impacientarnos ante una respuesta que no llega rápidamente, sino confiar en que la voluntad del Señor viene de la mano de un objetivo que su infinita sabiduría, es capaz de planificar mejor que cualquier mortal.

Un sustento bíblico:

El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan. 2 Pedro 3:9.

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