PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Costanera_Espigon

La siguiente terapeuta de Pablo se llamaba María Luz. Tres o cuatro años después de haberse atendido con Ricardo –el profesional que además había sido su pediatra en la infancia- Pablo recurrió a un psicóloga muy joven, a la cual llegó por recomendación de un primo que también se atendía con ella.
En esta oportunidad, no era cerca de su casa: el consultorio de María Luz quedaba a unas cuadras de la zona céntrica de la Ciudad de Buenos Aires. Pero a Pablo no le resultaba tan incómoda la visita, debido a la cercanía que existía con respecto al sitio en el cual trabajaba. De todos modos, aunque empezó con cierto entusiasmo la terapia, no demoró en sentir fastidio a la hora de asistir a las citas.
Una de las cosas que más le molestaban, eran los largos silencios. A menudo Pablo se quedaba sin palabras. La profesional, en lugar de quebrar el bache, también permanecía callada, lo que daba lugar a una situación complicada de resolver. En esos momentos Pablo decía lo primero que le venía a la mente para no estirar más ese silencio que tanto le desagradaba. En una ocasión, no obstante, no consiguió salir de la dificultad y Luz dio por terminada la sesión, aún cuando faltaban varios minutos para que esta concluyera.
En otra oportunidad, Pablo se sintió molesto porque no avisó con cierta antelación que no concurriría a la visita, y a la semana siguiente debió abonarla igual. Pese a su contrariedad, acató la decisión sin oponerse. A partir de estas circunstancias, entendió que por lo general, era así cómo se manejaban los psicólogos.

Muchos años después, escribió: “Saber que puede haber incomprensión y rechazo”.

Hay mucha gente que se pregunta por qué los creyentes le dedican tiempo a leer la Biblia, a reunirse o hacer actividades en su congregación. Si la explicación que reciben es “para estudiar y difundir la obra de Dios”, es probable que las críticas, las burlas o la falta de compresión sean tanto o más fuertes todavía. Los críticos quizás no entiendan que los creyentes tienen una importante misión, que es la de llevar el mensaje de Dios hacia otras personas, bajo el siguiente concepto: si nosotros fuimos bendecidos, nuestro deber es que a través de nuestra labor, esa bendición también llegue a mayor cantidad de gente.
Así como el Señor da la vida y otorga la salvación a los que creen en Yeshúa (Jesús) y su obra redentora, quienes por gracia recibimos ese inmerecido beneficio, no debemos quedarnos cómodamente de brazos cruzados, y en cambio, colaborar para que a más y más personas, el mensaje de amor y salvación también los alcance.
Las prioridades de quienes habitan la sociedad de hoy en día, generalmente no pasan por tratar de hacerle un bien al prójimo. Más bien, giran en función del individualismo, del afán por hacer dinero o de la búsqueda de la diversión. Por eso, cuando alguien no se mueve alrededor de estos polos de atracción, suele generar incomprensión o rechazo. Sin embargo, elegir este camino incomprendido, no es capricho, no es invento, no es fanatismo, solo es cumplir con la misión que el Señor les da a sus hijos, y que claramente, figura en el manual de instrucciones que nos ha proporcionado, y que por fe, aceptamos como Su Palabra.

Un sustento bíblico:
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Génesis 12:2.

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