PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Costanera_Aeroparque

Ricardo, el psicólogo, tenía su consultorio muy cerca de la casa de Pablo. Las pocas ganas que tenía de asistir a la primera consulta, contrastaban con el aliciente que le provocaba el hecho de no tener que viajar. El terapeuta lo conocía desde que era un bebé, así que no hubo largas presentaciones y fueron directamente al grano. En una sesión que se asemejó bastante a una charla informal, Pablo comentó algunas cosas que lo venían molestando. Quizás todavía el panorama no estaba claro para él, pero la baja consideración que tenía de sí mismo, ya comenzaba a hacer estragos en su día a día. Hasta qué punto el profesional notó donde se escondía la clave de los problemas de su paciente, es muy difícil saber… De todos modos, la hora de terapia terminó y quedaron en volver a verse pronto.
¿Cuánto tiempo habrá transcurrido hasta la próxima sesión? ¿Quince días? ¿Un mes tal vez? Lo real es que para el nuevo encuentro, Pablo tenía un tema concreto del cual hablar. Unos días atrás, había fallecido su abuelo materno. Este acontecimiento lo puso muy triste, aunque después de haber llorado mucho al enterarse, se recuperó y continúo su vida con normalidad. Cuando le comentó a Ricardo este tema familiar, Pablo esperaba que el profesional indagara en su reacción, en sus sentimientos… Sin embargo, su interlocutor abordó la cuestión en forma superficial y se alejó de ella rápidamente. A su joven paciente lo invadió una combinación de sorpresa y desilusión. No se atrevió a encauzar la charla en la senda que él deseaba, y la consulta finalizó con un Pablo defraudado. La que había sido su segunda visita al psicoanalista, también fue la última.

Muchos años después, escribió: “Cuidarnos de los ídolos”.

En general, es enorme la cantidad de posibilidades que en el mundo de hoy, las personas tienen para entretenerse. Una serie de televisión, un programa de radio, un cantante, un equipo de fútbol… Son sólo algunos ejemplos de lo que nos ofrece la sociedad actual. No es difícil dejarse seducir por la cantidad de opciones de diversión que disparan a toda hora los medios masivos de comunicación y resulta fascinante entregarse, de acuerdo a nuestras preferencias, a uno o más pasatiempos, de los tantos disponibles.
Pero hay algo que los medios de comunicación no nos dicen, y que debemos tratar de advertir por nosotros mismos: el orden de prioridades. Si le damos más importancia (o le dedicamos más tiempo) del que merece a ciertas cosas, postergando otras, podríamos estar alterando un orden natural, y metiéndonos en problemas.
Cuando un club de fútbol se transforma en algo más amado que nuestra familia, cuando una banda musical (y los ejemplos podrían seguir) está por encima de las obligaciones cotidianas, algo no anda bien. Lo peligroso, es no darnos cuenta de esto, ya que los mismos medios de comunicación que frecuentamos todos los días, se encargan de divulgar las infinitas bondades de estos «ídolos», que no siempre son personas de carne y hueso, sino que forman parte de un conjunto tan amplio que hasta se podrían incluir temas como el trabajo en exceso o la ambición por hacer dinero.
Tan sólo con mirar el estado de esta sociedad -violenta, desbordada por las dificultades-, podríamos concluir que mucha gente ha quedado atrapada en la red, y que ésta es una de las causas de su decadencia. En la antigüedad la gente adoraba ídolos como ser estatuas o imágenes, así como hoy, la idolatría se ha depositado en torno a individuos y/o entidades que nos alejan de lo verdaderamente preponderante, elementos entre los cuales se encuentran el amor hacia el prójimo y hacia nuestro Creador.

Un sustento bíblico:
Los que confían en vanos ídolos su {propia} misericordia abandonan. (Jonás 2:8).

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