PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Cuando Pablo tenía 15 años, en familia, pasó unos días de vacaciones en las sierras cordobesas. Se establecieron en San Marcos Sierras, y ya con el pequeño pueblo del departamento de Cruz del Eje como base, visitaron hermosos lugares turísticos, distantes a unos cuantos kilómetros de San Marcos.

En primer lugar, cabe destacar que el viaje desde Buenos Aires hasta el noroeste de la provincia, lo hicieron en auto. El clan lo componían varios integrantes, incluso abuela, tíos y primos, distribuidos en más de un vehículo. Con su papá al volante, gran parte del recorrido fue hecho en horas de la noche y de la madrugada. A pesar de la larga travesía –poco más de ochocientos kilómetros- y de que la oscuridad de la ruta presuponía algún peligro extra, Pablo por nada de esto se sintió inquieto. En el asiento trasero del Renault 12, durmió tranquilamente, a la expectativa de lo que le depararían aquellos días de descanso.

Pero lo realmente sorprendente, sucedió unos días más tarde. Una de las excursiones se programaron para conocer El Cuadrado, un camino entre las sierras, en el Valle de Punilla. Este sendero de tierra, que une las localidades de Salsipuedes y Valle Hermoso, se destaca por la belleza de los paisajes… y también por lo sinuoso y el riesgo que implica aventurarse por esa zona, más aún, siendo una primera vez. Precipicios, curvas, coches que venían en sentido contrario y que no se veían hasta tenerlos casi encima… Todo eso se convirtió en un condimento impensado para los veraneantes. No obstante, y aquí está lo asombroso, Pablo no experimentó ninguna sensación relacionada al pánico. Por el contrario, cómodamente sentado en el asiento trasero del R12, disfrutó de la cautivante travesía, mientras su papá, más concentrado en el viaje que de costumbre -un pequeño error podía costar muy caro-, arribaba a destino sin contratiempos.

Muchos años después, escribió: “Sentir la presencia del que ama y comprende”.

Ante un sistema de valores que va a contramano de lo que Dios pretende, no sería extraño que un creyente se sintiera frustrado a la hora de tratar de cumplir con Sus ordenanzas. Para no echarle la culpa solamente al entorno que nos rodea, nuestra propia naturaleza, en la que sigue anidando el pecado a pesar de ser creyentes, también nos llama a la desobediencia. Por eso, las luchas internas que a veces sostenemos son arduas. Sin embargo, hay alguien que nos comprende a la perfección, ya que cuando estuvo aquí en su condición humana, se vio obligado a soportar las mismas luchas que tenemos nosotros. Yeshúa (Jesús) entiende cada uno de nuestros padecimientos y a pesar de que ya no vive en la tierra como hace más de dos mil años, continúa ofreciéndonos Su auxilio ante las dificultades del día a día.

No está lejos, no es inalcanzable. Está aquí y ahora, lo tenemos a favor, no en contra; esperando compartir cada momento con nosotros, y que le permitamos ayudarnos hasta en los detalles mínimos. Si no lo sentimos así no es porque Él no existe o no nos ama, sino porque nuestra falta de fe es la quizás nos está impidiendo ser conscientes de Su presencia. Frente a una dificultad como esta, también existe una solución, y la trae el mismo Dios. Porque así como Él cumple con tantas peticiones si nuestra voluntad está alineada a la suya, si lo que le pedimos es que aumente nuestra fe, desde luego que también esto es lo que hará.

Un sustento bíblico:

Entonces el padre del muchacho gritó: —Yo creo. ¡Ayúdame a creer más! Marcos 9:24.

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