PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Pablo tenía una actitud rara cuando debía chequear si sus llaves o su celular estaban en su bolsillo. Él sabía que allí los había guardado, pero en ciertas ocasiones, si el bolsillo de su pantalón era bastante profundo, por ejemplo, metía la mano para estar seguro de que esos valiosos elementos, efectivamente, se encontraban donde él los había puesto. La extraña actitud no era esta, sino la lentitud con la que trasladaba su mano hasta hacer contacto con las cosas que buscaba. Esto no era un acto consciente. Pero era el miedo/resistencia a comprobar que podía habérsele caído el teléfono o las llaves, lo que provocaba la tensión con la que bajaba su mano hacia el bolsillo. Este temor al peligro que implicaba una eventual pérdida de estas herramientas, también estaba estrechamente vinculado al miedo que lo invadía si debía ir a ver al médico a consultar los resultados de un análisis.

Un día, escribió: “Un ejemplo entre millones”.

La naturaleza es maravillosa. La complejidad del reino animal y el vegetal a menudo nos provoca admiración, cuando no estamos inmersos en nuestras ocupaciones y les prestamos atención. ¿Nunca se ha sentido usted deslumbrado por la belleza de un pavo real? ¿No se ha sorprendido por la capacidad que tienen los camaleones para cambiar de color? ¿Ha visto esos peces que gracias a su luz iluminan las aguas por las que nadan? Estos son apenas tres ejemplos entre millones de casos que nos causarían asombro de sólo verlos… Y ni que hablar, si además de su aspecto exterior, conociéramos sus delicados organismos o la sabia manera en la que producen su descendencia.

Los seres humanos integramos este impresionante engranaje que es la vida en la Tierra. También estamos compuestos por miles de piezas impulsadas por aceitadas funciones físicas y mentales. Al mismo tiempo tenemos las emociones, que vienen incluidas en este maravilloso “envase” que nos lleva por el mundo.

¿Se detuvo a pensar usted cómo es posible que esto exista, sin que haya alguien que lo haya hecho? Bastaría con posar la mirada únicamente en un solo entre millones de ejemplos (como el del pavo real y su espectacular plumaje multicolor) para entender que de no haber un diseñador que lo creó, así como un edificio no se construye solo, tampoco la naturaleza podría haberse creado a sí misma.

Un sustento bíblico:

Porque toda casa tiene su constructor, pero el constructor de todo es Dios. Hebreos 3:4.

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