PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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El domingo 4 de abril entró un mensaje de whatsapp al celular de Pablo. La sorpresa lo invadió cuando comprobó que el que lo enviaba era Cristian, el terapeuta al que no veía desde hacía más de un año. De inmediato revisó el contenido. La fuerte intriga que sintió al recibir el aviso de su teléfono, se disipó en cuestión de segundos, ya que se trataba de una foto con una salutación para las Pascuas, mensajes a los cuales que el usuario de whatsapp promedio, está muy habituado en fechas como éstas. Pablo agradeció, retribuyó… y hasta allí llegó el intercambio. Como antiguo cliente, recordaba muy bien que sus trastornos de ansiedad eran los que lo habían conducido hacia el consultorio del psicólogo a mediados de 2019.

Por eso, a menudo intentaba desentrañar las causas que habían desencadenado el problema crónico que tenía. Probablemente, gracias a la terapia con Cristian, logró tener más claro que estas dificultades estaban estrechamente relacionadas a otras cuestiones que arrastraba desde la adolescencia e incluso desde la infancia. Cierto día, le dio forma a otro de sus escritos, al que tituló: “No avergonzarnos de supuestas debilidades”.

Hay características de la personalidad de la gente que pueden venir acompañadas por una mirada de menosprecio del entorno. ¿Un ejemplo? Durante mi adolescencia, al carecer de la experiencia para elaborar estas conclusiones, mi timidez hizo que no la pasara bien. Yo tenía la sensación de que el mundo no aprobaba a aquellos que, como yo, permanecían en silencio una cantidad de tiempo considerable. No me faltaba una cuota de razón, justamente porque el sistema en el que vivimos tiende a que prevalezca lo superficial: el “lindo” sobre el “feo”, el alto sobre el petiso, el flaco sobre el gordo, o el extravertido sobre el reservado.

Sin embargo, no me estaba dando cuenta de que todos los aspectos de la personalidad cuentan con beneficios y desventajas. Más adelante logré entender que perdí mucho tiempo por no saber valorar mi timidez. Por pretender disimularla en lugar de aceptarla, terminé generando dificultades más grandes que el simple hecho ser tímido, algo que, a ciencia cierta, no implicaba ninguna vergüenza.

¿Y cuál es el consejo? Ante la presencia de una parte de nuestra personalidad que por lo general no es tan común en el ámbito donde nos movemos, no es sano tratar de ocultarla sino reconocer que somos así, y entender que ser de este modo también posee ventajas si sabemos descubrirlas. 

En el caso de la timidez, de no haberla tenido, creo que tampoco hubiera logrado un agudo poder de observación, de análisis, de lectura de la realidad, de autoconocimiento, de capacidad para escuchar a mis interlocutores. A su vez, mientras es tanta la gente que habla por hablar, y el aire se llena de opiniones a menudo tan redundantes, qué regocijante resulta practicar el silencio como virtud. Esto, encuentra concordancia en una frase pronunciada por William Shakespeare, uno de los escritores más famosos de la literatura universal: “Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”.

Un sustento bíblico:

En las muchas palabras no falta pecado, pero el que refrena sus labios es prudente. Proverbios 10:19.

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