PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Arrancaba marzo… Pablo hizo un breve cálculo temporal, revisó su celular para cotejar fechas, y supo que en el mismo mes, pero de 2020, había dejado la terapia. Estaba a punto de cumplirse un año, también, del comienzo de la cuarentena, la etapa más rígida del aislamiento, decretada por el Gobierno ante la aparición de casos de Covid-19. Esa era, justamente, la causa por la cual Pablo ya no concurrió más a las sesiones con Cristian, el psicólogo que atendía en el consultorio de la calle Manuel Ugarte, y que debió cerrar por varios meses, lo mismo que tantos lugares de atención al público.

Casi un año más tarde, en la compleja realidad de una Argentina jaqueada por el virus y por otros problemas crónicos, se encendía una luz de esperanza, con la llegada de las vacunas importadas. Sin embargo, a sólo unas semanas de haber estrenado su aplicación, el país se veía nuevamente inmerso en el escándalo, cuando se conoció públicamente que funcionarios y allegados al poder, se habían vacunado burlando el orden de prioridad que las mismas autoridades habían dispuesto.

El revuelo provocado por la noticia era tremendo. La prensa se ocupaba de la cuestión apelando a un enorme despliegue de informadores y opinadores. Los políticos atacaban o defendían de acuerdo al color partidario. Algo parecido acontecía con el ciudadano de a pie.

Pablo estaba sorprendido. En algún momento, al principio, quizás pensó: “¿Cómo puede ser?”. Al igual que tanta gente, no esperaba una actitud semejante, de parte de quienes debían velar por los intereses de la población. “Los que deberían dar un ejemplo de conducta son los que se adelantan en la fila y dejan atrás a quienes les dieron el voto”, reflexionó. Sin embargo, también razonó: “¿Por qué debería estar sorprendido? Si la especie humana, en cada rincón del planeta y a cada momento, es capaz de producir hechos como éste”.

Al ritmo de estos pensamientos, su asombro fue diluyéndose. Y como solía suceder en ocasiones similares, los hechos actuaron como disparador para que elaborara un nuevo texto, al que le puso este título: “Tomar conciencia de una lastimosa realidad”.

Afirmar en esta sociedad que uno es un pecador sin remedio, implica someterse a risas burlonas, a que lo señalen como a un bicho raro, un fanático, un loquito… Esta introducción, sirve para darle una mirada a la Argentina de estos tiempos, donde políticos, funcionarios, sindicalistas, etc, son blanco de grandes muestras de repudio debido a actos de corrupción que se ponen de manifiesto cotidianamente. Si no es por la vacunación de privilegio, es por malversación de fondos. Y si no, lo más probable es que algún tema que los salpique de suciedad, aparezca. Así es hoy y ha sido, prácticamente desde que tengo uso de razón. El ciudadano “común”, en general ve a estas personas como seres despreciables, gente sin escrúpulos con tal llenarse los bolsillos o conseguir puestos en esferas de poder.

Sin embargo, ¿es necesario aclarar que los políticos no constituyen ninguna raza aparte, y que son salidos del “pueblo”, al igual que todos? Gente como cualquier hijo de vecino, que un día llega a cierto nivel y, amparada en la impunidad de su posición, no resiste la tentación de usarlas para su propio beneficio. Pero supongamos por un instante, que hay diez personas –sin importar clase social- de las que (con mucha razón) despotrican contra los “ñoquis”, y llega un hombre influyente que les ofrece cobrar un sueldo del Estado sin tener que trabajar, dinero con el cual podrían vivir tranquilos por muchos años. ¿Cuántos no aceptarían? Y aquellos que no lo hagan en este caso puntual, ¿están por esto libres de mentiras, calumnia, egoísmo, envidia?

¿Cuántos de los que no somos políticos, gremialistas, funcionarios, etc, no hemos cometido actos de corrupción? La prensa seguramente no se interesará en darlos a conocer ni nuestro proceder afectará más que a un reducido grupo. Pero qué duda cabe de que la corrupción está todos los días, en las altas esferas y en los niveles más bajos. Y esto, no sólo en la Argentina: en mayor o menor medida, el problema lo tiene el mundo entero.

Conociendo esta realidad, ¿es un fanático aquel que afirma que el ser humano es un pecador sin remedio, y que en consecuencia, todo el planeta está inmerso en ese pecado que lo está llevando a la autodestrucción? Aún así, quienes lo habitamos todavía tenemos una esperanza: la de reconocer la obra redentora de un Mesías que hace más de dos mil años, pagó por todos y cada uno de nuestros pecados.

Un sustento bíblico:

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9).

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