PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Las sesiones con María Luz estaban llegando a su fin. Pablo no lo sabía, pero después de unos ocho meses de haber comenzado, transitaba por las últimas consultas terapéuticas con la profesional que, seguramente, andaría por los 30 años, unos pocos más que él. ¿Por qué Pablo no había sido honesto con María Luz? Por la sencilla razón, de que no le contó algo muy importante, como era el bullying que había sufrido en el colegio. Le daba demasiada vergüenza admitirlo. Habían transcurrido seis o siete años desde su egreso del secundario, pero todavía no lograba superar aquel duro trance. A nadie le confesaba lo que debió soportar durante esa complicada etapa. Las secuelas del bullying, seguía padeciéndolas mucho más adelante, bajo la forma de un complejo de inferioridad que le dificultaba su normal desenvolvimiento.

Pablo sentía la necesidad de ponerle un freno a la situación. Y si aceptó sentarse cara a cara con una profesional, era precisamente porque sabía que debía ir en busca de la sanación interior. Pero nunca pudo abrir la boca a la hora de rememorar aquel tema espinoso. Sin dudas, se hallaba ante una excelente oportunidad para empezar a tratar el asunto. Aunque la misma baja autoestima que sufría, se convirtió en el factor que le impidió actuar con sinceridad para intentar remediarla. Por eso, obvió comentarle a la terapeuta que a la raíz de su problema se la podía encontrar en circunstancias muy concretas: la escuela, la adolescencia y el bullying. Él tenía la ilusión de que podía eludir el hecho de traer el viejo tema a la charla terapéutica, sin que esto entorpeciera su propósito de mejoría. Se equivocó.

De que Pablo pudiera ver la punta del ovillo en esa sesión de psicoanálisis no existía ninguna garantía. Pero si además, ocultaba una cuestión tan trascendental, era obvio que las posibilidades se reducirían hasta la mínima expresión.

Muchos años después, escribió: “Preguntar menos, confiar más”.

El ser humano, curioso por naturaleza, tiende a hacerse preguntas. Hay gente que busca “saber todo” para paliar la inseguridad y la angustia que genera habitar un universo incalculable y nuestro paso por la vida. Pero las respuestas a numerosas preguntas existenciales que el hombre se ha formulado constantemente, están más cerca de lo que muchos imaginan: en la Biblia, este libro que pese a ser ignorado y menospreciado, le ha cambiado la vida para bien a tantas personas.
No obstante, mientras dure nuestra travesía por ella, no podremos enterarnos de todos los misterios que nuestra curiosidad desea descubrir, porque solamente aquello que Dios quiso que el hombre supiera, está dentro de las páginas de este libro sagrado. Ante esta situación, la de no poder “saber todo”, como seguramente nos gustaría, sólo debemos depositar nuestra confianza en Él, intentando comprender que no hace falta tener conocimiento de cada detalle de lo que sucede en el mundo de Dios, pues el que lo controla es su creador, y no nosotros, quienes por más amor que Él nos tenga, apenas somos pequeñísimas criaturas dentro de la incomprensible inmensidad del universo.
Frente a tal panorama, lo más aconsejable es tratar de profundizar nuestra sabiduría en las cosas reveladas, es decir, en lo que figura en las Escrituras, y no frustrarnos por no acceder a grandes misterios que el ser humano, por mayor inteligencia y conocimientos científicos que tenga, no podrá desentrañar.
En otras palabras, en vez de gastar tiempo y energía detrás de interrogantes insondables, confiar más en la protección, el poder y el amor de Aquél que en todo momento vela por el bienestar de sus hijos.

Un sustento bíblico:
Solo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi salvación. Salmo 62:1.

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