En estos días de verano recuerdo las vacaciones que pasaba con mamá y papá, a veces en la playa, a veces en las sierras o en alguna isla del Tigre. Ellos paseaban en bote y junto a mi hermana los mirábamos desde la orilla, disfrutando lo dichosas que éramos.
Querida Alba, te recuerdo perfectamente… Tu cutis blanco, tus manos pequeñas; te veía todos los días y me emocionaba verte bailar sin que la edad hiciera mella en tu juvenil espíritu. Tampoco me olvido de la seguridad que tenías cuando afirmabas ser descendiente del gran maestro Domingo Faustino Sarmiento. Y entonces ejercías la docencia con todo tu amor. Hoy, que ya no estás físicamente, rezo todos los días a Dios en tu homenaje.
Quiero mencionar a otra persona que me dejó un recuerdo imborrable. Lo conocía como “Don Juan”. Atendía una frutería y verdulería a pocos metros de mi domicilio. Con su sabiduría de tantos años, seleccionaba para mí la mejor mercadería y me saludaba afectuosamente en cada oportunidad.
Hoy vi un cuadro, una acuarela que representaba una tormenta en el mar… En colores blancos y grises, mostrando la espuma de las olas rompiendo sobre las rocas, mientras las gaviotas volaban alrededor. Me pareció una obra maestra, tanto, que quisiera poder tener el talento para hacer algo semejante.
Caminando por la calle vi una pareja de enamorados, iban tomados de la mano. Sus cabezas estaban juntas, chocándose, ladeadas, mientras acaso soñaban con un futuro. No pude ver sus rostros pero imaginé sus caras iluminadas.
Me imagino bailando y cantando en ronda, dando vueltas y más vueltas sin cesar, con la música y el canto haciendo vibrar de emoción mi corazón, como lo hacía en aquellos años de adolescencia, cuando concurría a los grupos juveniles y pasaba hermosas e inolvidables jornadas plenas de alegría.
Hace casi 50 años pude hacer un viaje a la tierra de Israel. Conocí paisajes hermosos, como el Mar de Galilea, y bellas ciudades como Haifa y Tel Aviv. Pero la que tocó mi corazón fue Jerusalén, la ciudad santa, que me dejó impactada.
Raquel Seltzer
