BUENOS AIRES EN BICICLETA

La bicicleta es una gran aliada en estos tiempos en que en Buenos Aires, el tránsito colapsa por dónde se lo quiera mirar. La ciclovía, en ese contexto, adquiere la dimensión de un oasis en el desierto. Representa una placentera sensación el hecho de poder viajar sin tener que soportar los embotellamientos que los automovilistas padecen en variados horarios en calles y avenidas porteñas. Circular por una ciclovía libremente mientras en el carril de al lado, se palpa el fastidio de los conductores al volante, equivale a pensar algo así como, “qué  suerte que tengo la bici…”

Asimismo, y cómo nada es perfecto en las calles de Buenos Aires, también existen esas “contraindicaciones” que en el artículo anterior habíamos comenzado a analizar. Con el objetivo de seguir profundizando en lo que significa una ciclovía de doble mano en una calle donde el tránsito de los coches va en el sentido contrario por el cual nos dirigimos, es difícil no seguir comentando los problemas que esto genera.

Ya se ha expresado que quienes cruzan la calle por la que vamos –tanto peatones como conductores- tienden a prestar atención sólo al tráfico que proviene del lado opuesto, no dándose cuenta de que hay bicicletas que pueden aproximarse por la mano contraria, lo que dificulta en gran medida el andar de los ciclistas, que deben tocar bocina, o inesperadamente reducir la velocidad y/o detenerse para evitar embestir o ser embestido.

Pero la gravedad de este asunto aumenta todavía más, cuando el peatón directamente baja del cordón y se para sobre la bicisenda a esperar que pasen los vehículos de la mano contraria para luego poder cruzar la calle. Y ni que hablar, si las persona que aguardan en el pavimento, son dos o más, por ejemplo, una mamá que lleva o trae a los chicos al colegio.

Cierto es que nadie lo hace a propósito. Pero las costumbres equivocadas, aprehendidas durante años y años, nos conducen a actuar a través de un acto reflejo, que en este caso es doble: primero, bajar al asfalto y no permanecer en la acera, para obtener, tal vez, unos segunditos de ventaja en el afán de llegar más rápido a destino. La segunda, es mirar únicamente hacia un lado de la calzada, sin reparar en el peligro que denota la eventualidad de ser atropellado, y para colmo, de una manera tan evitable.

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