MEMORIAS DE UN PORTEÑO DEL CAMPO

31 de marzo de 1955. ¿Cómo olvidar esa fecha? Si fue el día que pisé Buenos Aires para ya casi no volver a la Colonia. Dos veces volví. La segunda y última sucedió… 34 años más tarde. En julio de 1989, aprovechando las vacaciones de invierno, hicimos una visita en familia a mi querido pueblo natal. Recuerdo que todo estaba tan cambiado. Creo no llegué a reconocer nuestro rancho. Ya no estaba. Igual, dejo eso para más adelante. Nuestro regreso no se puede resumir en unas pocas líneas. Ameritaría un capítulo entero.

Decía que antes de radicarme definitivamente en la Capital, había venido dos veces. En ambas ocasiones, acompañando a mis padres, que tenían que cumplir con algunos trámites.

Con mi mamá, vine a mis seis años. La segunda vez, tendría unos once, y fue con mi papá. Hay una anécdota increíble del primer viaje. Resulta que al ver un tranvía, azorado, le dije a mi madre: “Mirá, una casa que camina”. Durante esa corta estadía hizo un calor bárbaro. Con mi mamá, nos fuimos a la costa de Quilmes y por estar expuesto al sol me quemé muchísimo. Esto lo sé por lo que me contaron después. Pero éramos muy inocentes. Incluso cuando vine a la Capital para quedarme, no sabía nada de nada.

El idioma sí, ya lo había aprendido muy bien. Pero en el pueblo, hasta que no empecé la escuela, yo no sabía hablar en castellano. En casa hablábamos solo alemán. En la Colonia cursé hasta sexto grado, el último de la primaria. La escuela estaba en el pequeño centro. Con mis hermanos, desde casa, todos los días, hacíamos ese trayecto a caballo. La escuela tenía un campito donde se practicaban deportes. Recuerdo que se jugaba al  fútbol y al handball. Y ahí nomás había una salón con escenario por donde pasaba la vida social y cultural de toda la Colonia. Se hacían obras de teatro… Me acuerdo, por ejemplo, de “La casa de las tres niñas”, una opereta de origen alemán. Una de las “actrices” era mi mamá, que representaba a una de las tres niñas del título. La madre de Juan Lange, interpretaba a otra de las mujeres. Con Juan mi amistad continúa hasta el día de hoy, ya que, como tantos avigdorianos, ellos también vinieron a Buenos Aires poco después de terminar sus estudios primarios.

En la Colonia ya no había nada que hacer. Los que no querían trabajar en el campo, tenían que emigrar. De modo que prácticamente todos los alemanes y sus familias, dejaron Entre Ríos y se trasladaron a la Capital Federal cuando los más chicos terminaban la escuela. En Alemania vivían en ciudades, ya tenían esa cultura, y no se acostumbraron a las tareas rurales. Tampoco en esa población tan chica, veían un futuro para sus hijos.

Yo viajé con mis tíos Ruth y Enrique, a fines de marzo del ‘55. Mi hermana mayor, Inés, ya llevaba unos meses acá. Y en septiembre llegaron mis padres con Juan, mi hermano menor. Hasta la llegada de ellos, yo viví en la casa de mis otros tíos, Rudy –hermano de mi madre- y su esposa Helga. Ellos, que también habían vivido en Entre Ríos, ya estaban instalados en la localidad de Pilar. Rudy se dedicó a la carpintería y creció mucho laboralmente. Más adelante puso un negocio, la Mueblería Bendix (por el apellido de la familia), famosa en la zona.

Entretanto, los tíos con los que viajé, se hicieron cargo de la concesión del buffet del club ACIBA (Asociación Cultural Israelita de Buenos Aires), en Olivos. La misma ocupación, pero en otro club de origen judío, tendrían mis padres ni bien se radicaron acá. En este caso, el buffet era el de la NCI (Nueva Comunidad Israelita), y también estaba en Olivos. 

Continuará…

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