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Sucesos verídicos, breves, y a veces, sin remate.

Washington y Nahuel Huapi, muy cerca de la estación Coghlan.

Rincón porteño de clase media, de gente a la que en el aspecto material, no le falta nada, pero tampoco le sobra. Lo que tampoco falta en este hogar es amor… Domingo por la tarde. Hay quietud en el barrio. Son muchos los que puertas adentro, pasan la tarde. En el living-comedor del departamento los autitos corren –casi que vuelan- sobre el parket de color marrón claro. De un lado Rolfi, del otro lado Pablito, impulsan los vehículos de colección. Son primos pero más que el vínculo familiar, los une una cálida relación de amistad. No tienen más de 10 años y ya han compartido algunas vacaciones y salidas de fin de semana. Y ahí están otra vez los dos, dando rienda suelta a su espíritu lúdico. Tirados en el piso, cada uno en un sector del comedor, tiran sus autitos al mismo tiempo, haciendo que se encuentren a mitad de camino y que vuelen por los aires tras el impacto. Los mini-vehículos, entonces, van quedando maltrechos por los golpes. A alguno quizás se le desacomode una rueda, a otro se le rompa una puerta, a un tercero se le salga la pintura… No importa. Ellos se ríen, se asombran, se entretienen… Se disponen a efectuar un nuevo lanzamiento, disfrutando de la imaginaria pista, improvisada entre patas  de sillas, de mesa, o de obstáculos móviles conformados  por piernas de adultos que andan por la zona.

Una simple demostración de que con poquito, es posible ser muy feliz.

Moldes y Federico Lacroze, Colegiales.

Es de mañana y Roberto llega al negocio. Una pizzería de barrio que ocupa toda la esquina, abarcando ambas arterias. Está contento con su nuevo trabajo. Tiene un socio y juntos, llevan adelante el emprendimiento gastronómico. Allí recibe, más allá de la eventual clientela, a familiares y amigos, que lo felicitan por la iniciativa comercial. Se lo puede ver detrás del mostrador, recorriendo las mesas, atendiendo a los proveedores… De tanto en tanto, como un comensal más, se permite saborear un par de porciones de muzzarella, comerse una empanada y bajarlas con una gaseosa, mientras se oyen los bocinazos que provienen de la avenida y los sonidos característicos de los trenes que atraviesan Lacroze.

Roberto tiene un poco más de 30 años, una esposa, Mariana, y dos hijos en edad escolar, Darío y Vanesa. Viven en José León Suárez, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires; día tras día, aborda una formación del Ferrocarril Mitre y desciende en la estación Colegiales, a sólo unos metros del local. Nacido en un pueblo de Entre Ríos, llegó a Buenos Aires cuando era un adolescente. Allá en su terruño, según decían los mayores, no había futuro. Por eso, la familia emprendió el viaje hacia la gran ciudad, donde Roberto fue cambiando sus hábitos campesinos para ir convirtiéndose en un porteño más. La vida fue llevándolo por distintos senderos, hilvanó y combinó una ocupación tras otra, hasta que arribó a este nuevo destino. El tiempo, dirá en qué terminará esta nueva aventura.

Foto: Washington y Nahuel Huapi (mapa.buenosaires.gob.ar)

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