LA ISLA (DE LA PATERNAL)

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Tiempo atrás, una de nuestras notas hacía mención a una reconocida “Isla” capitalina: La Isla de La Recoleta. Un barrio no oficial, pero que dotado de características diferenciadas al resto, adquiere, como tantos espacios porteños, una serie de cualidades que lo distingue.
En la Capital existe otra “isla” con características que la apartan del barrio del que forman parte. Es la Isla de La Paternal, que en absoluta contraposición a la de Recoleta, está marcada por la condición humilde de sus calles y habitantes.
Se la conoce así por su aislamiento del sector tradicional del barrio. Es de un acceso complejo, considerando que se encuentra delimitado por uno de los paredones del Cementerio de la Chacarita (sobre avenida Garmendia), las vías del FC Urquiza, las vías del FC San Martín y el alambrado de la Facultad de Agronomía y Veterinaria (sobre Chorroarín). Ese aislamiento no sólo se da en cuestiones de acceso.

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La diferenciación con relación a La Paternal “céntrica” se da porque también comercialmente, ha quedado lejos del gran movimiento de las avenidas San Martín, Juan B. Justo y calles aledañas. Es decir, del lado opuesto de la estación.
En la Isla, prevalece el silencio, abundan las casas bajas y se observa escaso movimiento vehicular. ¿Negocios? Apenas lo mínimo e indispensable: la panadería de Ávalos entre Paz Soldán y Elcano; la farmacia de Paz Soldán y Rafael Bielsa (antes, Morlote), algún que otro almacén perdido… En su mayoría, antiguos comercios que pretenden sobrevivir junto a los vecinos de ese puñado de manzanas que parecen detenidas en el tiempo.

LA MOLE DE CEMENTO
Hasta 1991, un gigante inerte compartía días y noches con la población de la Isla. Era el Albergue Warnes, que fue demolido mediante una ceremonia que hasta se observó en vivo por televisión. El propósito que le habían asignado bajo la presidencia de Perón, en 1951, era el de ser el hospital de niños más grande de Latinoamérica. Para levantarlo, el Estado expropió a una familia el predio de 19 hectáreas ubicado entre Warnes, Chorroarín, Punta Arenas y las vías del Urquiza.
En 1955 el gobierno peronista fue derrocado y las obras se paralizaron cuando faltaban meses para su culminación. El inmenso complejo quedó abandonado por un tiempo, pero poco a poco, comenzó a ser poblado por familias enteras que vivían allí en situaciones totalmente precarias, pues los pabellones no contaban con los servicios esenciales.

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Al no cumplirse el objetivo proclamado, los dueños originales de los terrenos tramitaron su devolución. La Justicia finalmente la concedió y a fines de 1990, los centenares de ocupantes fueron trasladados al flamante barrio Ramón Carrillo de Villa Soldati. Tres meses más tarde, una fuerte implosión se llevó para siempre sueños y proyectos; pero también las imágenes de pobreza y decadencia que permanecen en la memoria de quienes llegaron a contemplar con sus propios ojos la misteriosa mole de cemento que quedó sepultada bajo toneladas de polvo, 40 años después de haberse comenzado a construir.
Más adelante, hacia la década de 2000, una sucursal del supermercado Carrefour, otra de Easy y una escuela, se instalaron en parte del predio. En el sector restante -entre la calle Joaquín Zabala y el FC Urquiza-, surgió el Parque Isla de La Paternal, un amplio espacio verde muy frecuentado por la gente del barrio.
En este predio, ahora municipal, grupos capitalistas tuvieron serias intenciones de levantar un complejo inmobiliario de once torres y un shopping, llamado Puertas de Agronomía. En 2007, la tenaz oposición de los vecinos lo impidió, si bien en el vecindario todavía subsisten los temores de que la oleada privatizadora vuelva a apuntar sus cañones hacia el parque.

SUS ENCANTOS
La presencia del Albergue durante décadas, seguramente, contribuyó para que la Isla fuera desvalorizándose y separándose del resto del barrio, más de lo que ya estaba aislado como consecuencia de su difícil acceso. Sin embargo, el encanto de sus calles está latente, si uno sabe apreciarlo.
Está, por ejemplo, en Balboa, esa pequeña arteria que por un lado, termina en el muro del Urquiza y por el otro, en un callejón sin salida junto a la escuela de música Pedro Esnaola.

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Está en Fernando de Montalbo, un pasaje de una cuadra que arranca en Garmendia y muere en Ávalos.
Está en la esquina de Elcano y Ávalos, donde el poema Enmienda, de Carlos Medina Matevé, engalana una ochava carcomida por el paso del tiempo y el abandono.
Está en más murales que Matevé -un vecino con dotes artísticas- pintó en la zona. Uno de ellos, es un homenaje a Julio Cortázar.  Otro, al Che Guevara.

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Está en dos clubes que luchan a brazo partido para no correr la suerte de tantos otros: el Floreal -sobre Elcano- y el Círculo de La Paternal, sobre Paz Soldán.
Está en ese minúsculo rincón de Gutemberg al 200, donde luego de su intersección con Donato Álvarez, la calle termina en una casa.

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Está en el recorrido del 78, la única línea de colectivos que atraviesa el corazón de la Isla. Está en las fábricas que siguen dando pelea para no bajar la persiana, en las casas tipo chorizo, en las señoras que salen a barrer la vereda.
Y está en la Isla. El encanto de la Isla, está dentro de esa misma Isla, tan inaccesible, tan apacible, que no quiere irse nunca de allí.

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