PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Pablo rememoró sus primeros meses en el rol de padre. Concluyó que no habían sido sencillos. La felicidad de esta flamante condición, en teoría, no admitía segundas lecturas. Sin embargo, en el día a día, no siempre la teoría se cumplía. En la práctica, lo real era que el estrés jugaba un papel preponderante. Dentro de ese cuadro, lo que Pablo más sufría era no poder descansar bien por las noches. Cuando la beba lloraba sin cesar, desencadenaba momentos verdaderamente problemáticos, porque no había manera de calmarla. Darle la leche no funcionaba. Hacerla a upa, tampoco. El llanto descontrolado se propagaba durante las madrugadas, ante las muestras de desesperación de un papá, al que evidentemente, la paciencia no le sobraba, y la loable actitud de una mujer que a su coraje de madre primeriza, sumaba amor y comprensión hacia un compañero que, en esos momentos difíciles, más que ayudarla, sólo empeoraba las cosas. La pareja, frente a esas noches de insomnio, halló un remedio que no era infalible, pero que algunas veces daba resultado: poner a su hijita en el cochecito y llevarla a dar vueltas por las calles del barrio. Si era de madrugada no importaba. Era preferible buscar esa salida alternativa, a esperar bajo techo una solución que no se sabía cuando llegaría. Esos paseos, calmaban a la beba, que como si nada hubiera ocurrido, de pronto recuperaba su mejor semblante…

Poco a poco, los tiempos turbulentos fueron cediéndole su lugar a meses más serenos. El sueño de su hijita se normalizó y también la pareja pudo descansar mejor. El estrés, no obstante, dejó en Pablo secuelas no tan fáciles de visualizar. A un par de años de aquellos episodios que ya, a la distancia, eran recordados con una sonrisa, Pablo recibió de parte de su compañera, la noticia de que serían padres nuevamente.

Mucho tiempo después, escribió: «Duradero y no superficial».

Si una persona está en graves problemas y –como último recurso- busca a Dios para que los arregle en un abrir y cerrar de ojos, es posible que se quede con las ganas. Es que el Señor –más allá de su condición de todopoderoso- nunca prometió soluciones mágicas. En cambio, por lo general las bendiciones llegan como resultado de una perseverante búsqueda en el camino de la fe. Mucha gente no está dispuesta a esperar, o sea, a invertir parte de su tiempo para conseguir un bienestar que vislumbra muy lejano o inalcanzable.

Por eso, en el mundo tienen éxito el alcohol y las drogas, que producen un veloz estado de satisfacción. Por eso, reina el consumo, porque comprar y comprar, puede dar un dulce efecto, capaz de vencer por un rato la frustración que causa una vida con dificultades. Pero así como el impacto causado por las drogas y el alcohol tienen vencimiento muy próximo, también el consumo implica que una vez que se termina el sabor de lo nuevo, es necesario ir por más, para que no vuelva la amarga sensación de no tener nada en qué entretenernos.

Dios propone algo distinto. No tiene que ver con el placer inmediato y superficial, pero sí con una relación que más allá de alegrías o tristezas circunstanciales, significa entrar en un estado de felicidad duradera. Tan duradera, que no se limita a nuestro paso por la tierra, sino que se extiende por toda la eternidad.

Un sustento bíblico:

Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Proverbios 16:3.

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