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Para sus incursiones en las discotecas, había una norma que Pablo se había auto-impuesto y trataba de respetar a ultranza: no tomar después de determinada hora. Era perfectamente consciente del malestar que podía provocar el alcohol y a pesar de que no se privaba de consumir, no deseaba pasar en estado ruinoso la mayor parte del día siguiente. Su idea, siempre fue la de dormir tres o cuatro horas, levantarse  antes de que llegara el mediodía y hacer una vida lo más normal posible. Sabía que para que esto sucediera, era necesario ponerle un límite a las cantidades ingeridas, pero también al horario de consumo, para que el organismo contara con un tiempo de recuperación más o menos conveniente. Esa hora que estableció eran las 5 de la mañana (si el punto final lo colocaba minutos antes o minutos después, no tenía mayores problemas). Desde este momento hasta la partida del boliche, no faltaba mucho. Apenas dejaba de beber su trago, empezaba a vislumbrar la posibilidad de irse. El tiempo que le faltaba para atravesar la puerta de salida (una hora, o tal vez una hora y media) lo utilizaba para ir a tomar una aspirina al baño con la meta de prevenir los resacosos dolores de cabeza. También, dirigiéndose a la barra, en vez de pedir un trago, solía pedir agua con hielo.

Si es que estaba con alguna chica, desde luego, se quedaba con ella. Y si esto no ocurría –la mayoría de las veces- deambulaba por las instalaciones del lugar, obstinándose en los intentos finales para entablar alguna relación “sobre la hora” de partida, haciendo uso de los últimos efluvios etílicos que quedaban en su zona cerebral. Pero a medida que el tiempo transcurría y esto no se concretaba, también crecía en su interior una incómoda molestia. En este caso, nada tenía que ver con lo físico, sino con sentimientos de frustración y de desasosiego, ya que comprendía que luego del regreso a casa y de algunas horas de sueño, debería afrontar una nueva semana en soledad.

Muchos años después, escribió: ¿Por qué te desanimas?

¿En la universidad a la que asistes poca gente habla de Dios? ¿En tu escuela ocurre algo similar? ¿En el trabajo también? Si es así, que no te extrañe: Dios mismo predijo que el mundo iría alejándose de él. Que sus mandatos serían ignorados y que en consecuencia directa la vida en esta tierra sería cada vez más compleja. Si en los lugares que frecuentas se burlan de estas cosas y miran con incomprensión a quienes sí intentan hacer lo que Dios manda, no te desanimes, porque a pesar de todo, nada escapa a su control. Tú solamente sigue confiando en él. Dios sabrá valorar tu fidelidad. Y aunque te sientas despreciado por tu entorno, la satisfacción más grande la sentirás cuando sepas que está de tu parte el propio creador de la vida y el único que tiene el poder de darte las máximas bendiciones a las que puede aspirar un ser humano.

¿Quién es sabio?, el que entiende estas cosas; ¿quién tiene discernimiento?, el que las comprende. Ciertamente son rectos los caminos del Señor: en ellos caminan los justos, mientras que allí tropiezan los rebeldes. Oseas 14:9.

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