DEPORTE PORTEÑO

CPD

 

ANÉCDOTAS EN LA ESCUELA DEL CÍRCULO DE PERIODISTAS DEPORTIVOS.

HERMANO, ESTUDIEMOS JUNTOS…

Entre los alrededor de cuarenta alumnos que ingresaron a primer año, había dos hermanos: los Marceca. Pablo tenía, al igual que la mayor parte de la clase, menos de veinte años. Guillermo, en cambio, tenía diez más. El parentesco y la diferencia de edad (28 y 18 respectivamente) eran elementos no muy comunes, y llamaron la atención en aquellos primeros días, supongo, que también a los profesores. Guillermo –que ya estaba casado y era uno de los más grandes del curso- explicó que, con el gran placer por el deporte como fundamento, a ambos les atrajo la idea de cursar juntos y emprendieron a la par el inédito desafío. Finalmente, uno y otro dieron correctamente el examen de ingreso, cumpliendo con el objetivo trazado.

Hinchas de Boca como cuadro principal, también simpatizaban con Colegiales, por una cuestión barrial, ya que vivían Carapachay, localidad del norte del conurbano muy cercana a Munro. Desde allí venían y se sentaban juntos, cerca del fondo del aula. Seguramente agotado tras una larga jornada laboral -dado que a la par de hacer la carrera tenía un trabajo de escribano- en ciertas oportunidades Guille no lograba mantener los ojos abiertos. Sobre todo si la materia de turno no era de lo más entretenida y con las agujas del reloj pasando las ocho de la noche, de vez en cuando se dormía estando sentado en su pupitre, lo que despertaba las sonrisas de quienes justo lo veían “cabecear”.

A la salida, se volvían hacia el Gran Buenos Aires en el auto de Guillermo, un Renault 6 de color bordó (de los que tenían palanca junto al volante), con el cual solían tomar Callao y luego  el bajo porteño, evitando una muy congestionada Avenida Córdoba. Muy a menudo, en el asiento trasero del Renault viajaba Marcelo Fernández, compañero al que acercaban hasta su casa de la localidad de Florida.

El fútbol los atraía enormemente. Tanto para verlo como para jugarlo. En consecuencia, cuando comenzaron a organizarse los primeros picados internos en Palermo, los Marceca decían presente. La habilidad de Pablo enseguida dio que hablar, mientras la garra y el trajín de su hermano, también eran muy valorados.

UN REGRESO Y UNA DESPEDIDA.

El 28 de julio de 1990 Lanús obtenía el ascenso a Primera División. En el viejo estadio de Guido y Sarmiento, el Granate le ganaba a Quilmes mediante ejecuciones desde el punto penal y regresaba al círculo superior después de haber descendido en 1977. Muy probablemente, Gerardo Smirnoff jamás imaginó que este hecho provocaría un quiebre en su continuidad como estudiante de periodismo. ¿Qué sucedió? Dos días después de la vuelta olímpica de Lanús, estaba programado un examen de literatura española. El docente a cargo de la materia, era un hombre de unos 70 años, agradable en el trato pero no menos formal y férreo en la disciplina. De apellido Hernández, conservo el borroso recuerdo de que en el principio del ciclo lectivo, había confesado su predilección por el club Lanús, por ser vecino de la zona.

En esto también habría reparado este hincha de Independiente muy extravertido, que se sentaba por el centro del Salón Versalles. Cuando el profesor ingresó con el propósito de tomar la prueba, le dijo a Smirnoff que se acercara (francamente no recuerdo el motivo, aunque bien podría ser, que fuera para entregarle una hoja con las preguntas). Lo que sí mi memoria guardó, es la respuesta: Gerardo se paró y, muy divertido, le anunció: “Ahí voy, Mainardi”. La mención tenía que ver con Claudio Fabián Mainardi. El defensor del equipo dirigido por Miguel Ángel Russo, no había jugado aquel partido definitorio en Quilmes (se trataba de la final del torneo reducido). Sin embargo, saltó a la mente de Gerardo, que lo nombró con la finalidad de caerle simpático a Hernández. La ocurrencia tuvo el efecto contrario. Al escuchar la frase, y sin mediar más explicación que unas pocas palabras y un breve ademán, el profe lo echó enérgicamente del recinto. Azorado ante esta reacción inesperada, Smirnoff no dejó de lado su sonrisa, pero acató de inmediato la indicación y salió. Ese fue uno de sus últimos días (si no el último) en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos. No sería prudente aventurar que su alejamiento se debió solo a esta circunstancia en particular, aunque lo concreto, es que Gerardo decidió que la carrera que había comenzado pocos meses atrás, había llegado al punto final.

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