¿NOS PONEN UN AVISITO?
Poco antes de que Esto es El Ascenso tuviera su primer número, los estudiantes de la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos que la habíamos pergeñado, vivimos un período de entusiasmo recargado, ante la puesta en marcha del novedoso proyecto.
En el período que transcurrió entre la idea y la salida del primer número –aproximadamente un par de meses- varios chicos nos movimos entre amigos, familiares y conocidos, en busca de publicidad para costear la impresión de la edición inicial, que salió en julio de 1992. En general, recibimos respuestas de las más variadas y según recuerdo, logramos reunir el dinero sin tener que poner dividendos de nuestro bolsillo.
En relación a la búsqueda de avisos, más allá de lo conseguido gracias al aporte de gente conocida, también apuntamos a los dirigentes de los clubes, a quienes recién estábamos empezando a tratar. A continuación, se resumen cuatro anécdotas que, por diferentes razones, no arrojaron un resultado positivo.
-Una mañana fría y soleada, fuimos con Marcelo Fernández y Damián Rojo/Olschanksy a caminar por Cabildo. En pleno barrio de Núñez, el plan apuntaba a visitar una cochería que estaba (y aún está) en la esquina de esta avenida y la calle Quesada. El dueño de la casa de servicios funerarios, de apellido Fidanza, tenía una fuerte vinculación con Defensores de Belgrano, y como Marcelo –también hincha del Dragón- estaba al tanto del tema, hacia allí nos encaminamos. Fuimos amablemente recibidos. Charlamos un rato y tras la despedida, si bien el señor Fidanza no nos dio el visto bueno en el momento, confiamos en que la publicidad podría llegar a ser nuestra. Finalmente, no se concretó. A la salida, nos encontramos con Christian Bannet, un estudiante del Círculo que había egresado un año antes que nosotros. Damián y Marcelo lo conocían de la desaparecida Editorial Abril, donde habían comenzado a dar sus primeros pasos en el periodismo. Le comentaron que estábamos buscando auspiciantes, y que si sabía de algo, que nos lo comunicara. Quizás, incluso, le hayan preguntado si él mismo no quería poner un aviso. Su respuesta fue risueña. Contestó algo así como: “Bueno, yo soy de la zona, pero ¿qué voy a poner? ¿Un aviso que diga: vivo acá, visítenme?”
-En otra ocasión quedamos en encontrarnos con Damián, una mañana, para visitar la sede del Deportivo Italiano (todavía no había cambiado su nombre por Sportivo). El día anterior acordamos que el punto de encuentro sería la puerta de la pizzería Imperio. El pequeño-gran detalle que pasamos por alto, es que esta famosa firma gastronómica no tenía una sola sucursal. El remate es obvio: mientras yo me paré junto al local de Chacarita, él lo hizo en el de Villa Crespo. Faltaban algunos años para la llegada masiva de los celulares, así que de esto, nos enteramos recién cuando yo –luego de esperarlo bastante tiempo- regresé a mi casa y lo llamé a su teléfono de línea.
-El frustrado encuentro no desanimó y reprogramamos la salida para una tarde cercana. En esta oportunidad sí nos encontramos en Chacarita, pues de allí partía el colectivo 184 con destino a Villa Adelina. Más de una hora después arribamos a la sede de Italiano, donde teníamos pactada una reunión con Francisco Rivas, joven gerente de la entidad que por entonces, militaba en el Nacional B. Conocimos a Rivas en la AFA y con suma cordialidad, nos atendió en su oficina de la sede. Sucedió algo similar a lo experimentado en la cochería: el trato fue muy amable y el gerente quedó en contestar más adelante, pero nada pasó… Después de trabajar en este club, “Paco” Rivas fue escalando posiciones, llegando a ser el gerente de fútbol de Independiente. De aquella reunión, quedó en mi memoria un instante en que hubo una llamada telefónica a la oficina. Del otro lado de la línea, alguien ofreció a Rubén Darío Checchia, de Defensa y Justicia. Rivas quedó en contestar pero finalmente no firmó para Italiano. El zaguero central recaló en Chacarita, continuando con una carrera que se prolongaría por unos cuantos años más en el ascenso.
-Esta anécdota la viví en forma solitaria. Una tarde, resolví viajar hasta la sede de Colegiales. Con el 140 llegué hasta Munro. Mi contacto, era un dirigente al que apodaban el Negro (de su apellido, en mi memoria no quedaron siquiera rastros) y al que conocía de mi fugaz paso como colaborador de la Revista Sólo Fútbol. Me recibió en el buffet del club, cerca de las siete de la tarde. Cuando le estaba explicando el proyecto, se cortó la luz. Todo quedó prácticamente a oscuras, lo que equivale a decir que la reunión fracasó. Volví a mi casa con las manos vacías, pero sin que mi entusiasmo decayera ni un solo centímetro.
Foto: la cochería Cabildo, en el barrio de Núñez. Década del Noventa (mapa.buenosaires.gob.ar).