California se sostiene a pulmón

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Enero en Buenos Aires. La escasa actividad general se refleja fielmente en los clubes de barrio. A las 8 de la noche de un miércoles, en el California hay clase de zumba en el salón delantero. Unas diez mujeres se mueven al ritmo de las exigencias de la profe, ajenas a lo que sucede alrededor. En el patio trasero, nos recibe Ariel Nicolosi, que hace 10 años es el secretario del club: “Fue algo así como una herencia -comenta-, mi cuñado era el presidente y por problemas de salud tuvo que dejar la Comisión. Nos juntamos con unos amigos y tomamos el desafío de mantener el club vivo”.

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Gustavo Ingiulla (tesorero), Ariel Nicolosi (secretario) y Marcelo Vadalá (presidente).

La conversación de Ariel hace foco en su infancia: “Yo era oriundo del barrio pero en ese momento no venía tanto al club. Sé de los bailes familiares porque mis compañeros de Comisión lo hablan siempre. Ellos sí son criados acá, son descendientes de fundadores. Yo me baso mucho en la historia que me contaron ellos. Y bueno, ahora que estamos nosotros, tenemos el proyecto de seguir adelante…”
El secretario explica que si bien en la dirigencia son 25 los miembros, suele suceder lo que en tantas entidades de barrio: la mayoría acompaña desde el apoyo oficial pero los que están en el día a día se pueden contar con los dedos de una mano. “Acá estamos el presidente, el tesorero, la intendente Viviana Miranda y yo”, sostiene… Y casualmente, no bien termina de decirlo, ingresan al lugar donde transcurre la entrevista, dos de las personas mencionadas: Marcelo Vadalá, el presidente, y Gustavo Ingiulla, el tesorero. Ambos se acoplan a la charla.

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El quincho del fondo, uno de los grandes motivos de satisfacción.

Vadalá toma la palabra: “Para mí es un orgullo presidir esta institución. Desde los 9 años vengo, ahora tengo 51. Siempre viví a a dos cuadras, en Iberá y Andonaegui. Sería bueno ver al club un poco más lindo, algo más construido arriba. Lo veo duro pero se puede, con un poco más de fuerza se puede hacer. Acá es todo a pulmón…”
A continuación, se presenta Ingiulla: “Toda mi vida transcurrió en el California. Mi abuelo fue uno de los fundadores. Estoy orgulloso de esto, lástima que todo es muy a pulmón a veces. Ayuda de afuera no hay. Y si quieren darte una colaboración te lo informan de un miércoles para un viernes y te piden 7 millones de cosas. El último subsidio nos lo dieron en 2011. Las demás veces nos mandaban un mail sólo dos días antes, así es imposible”.

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Una clase de choy en la planta alta.

A pesar de los contratiempos, el tesorero destaca el repunte que tuvo la institución: “Nos dolió en el alma ver cómo estaba el club en otra época, así que le empezamos a  dar y a dar. Vivimos acá adentro. Es una sana costumbre”.
La historia de su familia está íntimamente ligada al California. “El hermano de mi papá fue buffetero y el hermano de mi mamá también lo fue. Somos de Tamborini y Andonaegui, donde sigue viviendo ella. Yo me mudé pero no me moví del barrio, ahora estoy en Mariano Acha y Tamborini”.
Ingiulla hace hincapié en los tiempos que corren: “Una lata de pintura hoy cuesta 5 mil pesos. Son tiempos dificiles, acá tenés que contar las monedas. Igual uno trata siempre de ayudar a la gente. Si hacemos alguna obra nos fijamos que salga lo más barato posible, hay que cuidar mucho eso. Pero lo que entra al club, se usa para el club, como lo hacían nuestros viejos. No se presta ni se mete en otro lado. Hace poco instalamos dos aire acondicionados. Cuando vino mi tío los miraba… Es una hazaña para nosotros haberlo logrado. Eso nos pone contentos pero que está bravo, está bravo… Subieron la luz, el gas, el agua. Lo que se pagaba 2 o 3 mil, estamos pagando 7 u 8 mil. La erogación es grande aunque nos parezca poco. Y nadie nos baja nada…”

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El salón principal, donde acaba de finalizar la clase de zumba.

Una de las formas que la Comisión encontró para ahorrar, es la mano de obra: en la medida de lo posible ellos mismos se encargan de los trabajos. “Entre nosotros nos vamos arreglando. Marcelo, por ejemplo, es pintor de profesión. Ariel arregla todo: los vidrios, los baños… Yo los ayudo y de a poquito se van viendo las cosas. Dentro de un mes esto estará distinto”, pronostica, a propósito de las refacciones que piensan seguir introduciendo.
La palabra vuelve al secretario, que hace referencia a las actividades. “Tenemos clases de zumba en la planta baja, en la sala del primer piso se da choy -un arte marcial-, para infantiles y mayores. Con respecto a la cancha, dividimos los horarios entre el voley femenino de categoría veteranos -que compiten representando al club- y la escuela de fútbol con iniciación deportiva. Para marzo es posible que arranque otro profe con una escuela de fútbol, con competencia los sábados y prácticas los lunes y jueves. Estamos intentando de involucrar las actividades para sustentar los proyectos que tenemos en mente”.

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La cancha de fútbol y voley.

Los dirigentes nos invitan a recorrer las instalaciones. Más allá de los lugares descriptos, llaman la atención la pulcritud del sector sanitario hace poco reinaugurado y la prolijidad de un quincho que también fue levantado con el esfuerzo de la mano de obra propia.
Sobre el final, Vadalá desea acotar la función social que cumple la entidad de Villa Urquiza. “El club le presta la canchita a los Gauchos Güemes, que organizan sus jornadas para los chicos. Se les da de comer acá y tratamos de ayudar a todo el mundo, esa es la esperanza de todos nosotros”.
Cuando se le pregunta si de aquí a unos años se ve como presidente, remata: “Esperemos que sí, pero ver crecer al club es lo que más me importa”.

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