HISTORIAS MÍNIMAS… Y PORTEÑAS:

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UNA MUJER EN CUARENTENA

El despertador ya no suena como antes de la cuarentena. Romina se da el lujo, entonces, de dormir un par de horas más. Luego, se levanta. Como tanta gente, ya no tiene su trabajo habitual. De todas formas, la espera una imaginaria agenda, repleta de actividades. Lo único que hará afuera de su casa son algunas compras. El resto, puertas adentro, la tendrá ocupada hasta muy tarde en la noche. Después de tomarse unos mates, la aguarda la complicada misión de levantar a sus dos hijas, que tienen edad de escuela primaria y ya le tomaron el gustito a remolonear en la cama.

Son las once de la mañana. Romina ya logró que se levantaran las nenas, les dio el desayuno, lavó tazas y platos. Ahora, están las tres sentadas a la mesa del comedor, estudiando. Mucha es la tarea que, a través de internet, ha llegado desde el colegio. Rara vez ha sido sencillo –sobre todo al principio de la cuarentena- decodificar los envíos de los profesores, bajarlos y devolver las tareas hechas. Hay plataformas especiales, cuentas de correo electrónico, whatsapp, textos, fotos… Todo eso parece más difícil que el estudio en sí mismo. Y ahí está ella, agarrándose la cabeza ante cada envío de material. Pero en base a un loable esfuerzo, lo más probable es que logre su cometido, ya sea a la hora de ayudar a las nenas como al momento de aliarse con esa tecnología que tantas veces resulta incompatible con su ADN. ¿Su marido? También está en cuarentena. Pero claro… a él también hay que atenderlo. Si bien suele mostrar predisposición para colaborar, no siempre lo consigue. Por el contrario, a  veces se convierte en un niño más.

Pasó el mediodía. Romina ya ayudó a sus hijas, limpió la casa, lavó la ropa y la colgó. Enseguida, se metió en la cocina. La preparación del almuerzo, será su próximo objetivo. No habrá recetas rebuscadas ni platillos gourmets. Pero sí, el suficiente empeño e imaginación, para que nunca nadie se queje (bueno, casi nunca) ni se quede con hambre. Si no hay un ingrediente, habrá otro. Y aunque ingieran restos del día anterior, el buen sabor de sus comidas estará garantizado.

Pese a que la cuarentena presupone otra cosa, la siesta es un lujo que Romina se da sólo en determinadas ocasiones. Es que llega demasiada tarea del colegio y después de los mediodías, su doble función de mamá-maestra continúa. Las materias no son pocas, lo que le da más mérito todavía. Si hasta de educación física mandan trabajos…

Frente a semejante catarata de deberes, no será extraño que las nenas se resistan a sentarse otra vez delante de las carpetas, los libros, la computadora. Pero el fastidio nunca dura más de unos minutos. El amor, la paciencia –y algún grito, de tanto en tanto- son las herramientas con las cuales en su rol de madre, logrará controlar y remontar la situación adversa. La preparación de la merienda (con un poquito de tiempo extra, hasta un budín casero será capaz de cocinar) también estará a su cargo. Incluso, del lavado de la vajilla, si es que su esposo tuvo que hacer algo impostergable y tampoco esta vez pudo ayudarla.

Y la lista sigue con elementos como el aseo de la familia, la higiene del hábitat de las mascotas del hogar (un pececito y un cobayo), la salida al supermercado, la colaboración a la par de sus vecinos en la limpieza de los lugares comunes del edificio, su sesión de ejercicio físico, la preparación de la cena…

Son más de la diez de la noche. Romina está nuevamente abocada a las actividades de las nenas que quedaron para la última parte de la jornada. Sin embargo, si todo marcha sobre ruedas, podrá terminar “temprano” y prender el televisor para mirar una película, una serie o ponerse al día con las noticias del país y el mundo. Como elemento fundamental, una sonrisa, acompañando a cada acción. Nunca una protesta. ¿Nunca? Bueno, si alguien pudiera realizar todo esto sin ponerse nervioso o enojarse de vez en cuando, no sería de este planeta. Lo importante, es que de estallar un gesto de furia o una cara larga, el malhumor sea desactivado lo más pronto posible. Romina lo sabe. Y también eso la hace especial.

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