
Tarde fresca de otoño. Una chica y un muchacho dialogan en buenos términos con tres efectivos de la Policía de la Ciudad. Están en situación de calle. Tienen un colchón de dos plazas y varias pertenencias en la vereda, muy cerca de una esquina bastante concurrida. La que lleva la voz cantante es una de las representantes de la fuerza porteña. En tono cordial, les dice que deben irse, que no hay problema si vuelven a dormir a la noche pero que no pueden quedarse durante el día, debido al paso de la gente. La pareja acata la indicación. En pocos minutos, luego de haber juntado sus cosas y dejado el colchón -atado y doblado- en la vereda de enfrente, ya no estarán más en el lugar.
Media mañana de un viernes otoñal. Como cada día uno de estos días, sea cual fuere la estación del año, ciertos sectores de la Ciudad de Buenos Aires –y seguramente también más allá de la Gral. Paz y el Riachuelo- son invadidos por un penetrante olor a carne a la parrilla. Desde luego, no es casualidad: los viernes al mediodía, los empleados de la construcción celebran su tradicional asado de obra. En algunos sitios, aparte de sentir el aroma y ver el humito que sale por sobre las propiedades en construcción o refacción, se puede apreciar el asado mismo, ya que los obreros lo preparan en el exterior, frecuentemente, en proximidades del cordón de la vereda. La repetitiva costumbre de los viernes suele darle mucha hambre a aquellos que contemplando una escena como esta, todavía no han almorzado.
El ruido se escuchó claramente, contrastando el silencio de una tranquila calle porteña. El escaso tránsito y vehículos estacionados a ambos lados de la calzada, fue el contexto de un insólito choque. Un conductor/a que aparentemente circulaba sin el menor contratiempo, de repente, fue torciendo la dirección hacia su izquierda cerca de la mitad de la cuadra. El resultado de esta maniobra tan extraña como peligrosa terminó en un golpe que el automóvil que conducía, le dio a otro que se encontraba estacionado, sin ocupantes en su interior. ¿Se distrajo? ¿Se descompuso? ¿Prestaba atención celular? ¿Se quedó dormido? Lo que no hizo, es quedarse en el lugar de la colisión, sino que de inmediato, continuó la marcha, dejando al descubierto el ancho y oscuro rayón que sufrió el coche detenido a la altura de la puerta del acompañante.
La gente entra y sale del banco. Se dirigen al cajero automático, ingresan a la sucursal… El movimiento es constante. Sin embargo, se observa un contraste: hay alguien que no participa del incesante ir y venir. Por el contrario, está muy quieto. Sentado en la puerta de la entidad bancaria, espera que le den dinero. Algunos lo hacen. Y entonces, él agradece. Es un joven en situación de calle. A unos metros de distancia, sobre la vereda, en la entrada a un edificio, se ven un colchón y unos bultos. Quizás sean de él, aunque tranquilamente podrían ser de otra persona, ya que son varios los que en este punto de la urbe porteña, merodean en similares condiciones. ¿Un punto en la Ciudad? Sí, pero dicen que para muestra alcanza un botón. La escena se replica, quién sabe cuántas veces a lo largo del territorio porteño.