PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Estaba Pablo en séptimo grado cuando ocurrió un episodio que lo dejó pensando… Y mientras más pensaba, peor se ponía. Porque recibió tal lección de un chico de sexto, que se replanteó seriamente algunas cuestiones de su carácter que todavía no estaban tan claras como él creía. De acuerdo a lo que recordó, esto pudo haber acontecido en un recreo de la escuela a la que asistía. Al sonar el timbre que indicaba el final de la clase, los alumnos de todos los grados se entremezclaban en un largo pasillo techado que estaba a la salida de las aulas. En uno de esos momentos, Pablo se acercó a molestar a un niño del grado inferior. Acaso envalentonado por ser los de séptimo los más grandes de la primaria, supuso que podría divertirse un rato a costa de este chico, que no obstante, no se dejó intimidar. Y cuando Pablo trató de sacar a relucir su mayor edad, la reacción del otro estudiante lo dejó tieso: “¿Sabés lo que me importa que vos seas más grande que yo?”, le contestó enérgicamente. Ahí se terminó el bullying que Pablo había intentado hacer. Tras esa respuesta no atinó a nada más. Había sido una tremenda lección: el que iba con intenciones de amedrentar, acabó por ser el amedrentado. El breve episodio lo marcó. La fuerte reacción de su compañero, quizás no lo sorprendió tanto como su propia cobardía.

Muchos años después, escribió: “El camino del sufrimiento”.

La vida se asemeja a un camino que comenzamos a transitar desde que venimos al mundo. A muchos nos gusta andar por ese camino juntando cosas. Como si lleváramos una mochila y a lo largo del trayecto pudiéramos meter en ella las piedras que nos resultan atractivas, la vida también nos permite ir depositando elementos que vamos alojando en nuestro interior. Sin embargo, sucede que a veces, lo que imaginábamos como positivo, deja de serlo. De todos modos, nos cuesta deshacernos de eso y seguimos llevándolo encima. Llega un momento, en que la mochila que trasladamos se convierte en una pesada carga donde más allá de lo bueno,  acumulamos tristeza, dolor, fracaso, frustración, errores, miedos, angustia, sufrimiento, problemas complicados de solucionar… Ante tales circunstancias, el comportamiento es diferente, de acuerdo a cada persona. Muchos se empeñan en querer seguir llevando solos el inmenso peso que tienen en sus espaldas. En cierto momento, no pueden más, pero no les queda otra alternativa que seguir adelante. Y esto multiplica todavía más sus padecimientos.

Lo que quizás no sepan es que hay alguien que desinteresadamente se ofrece a llevar la gigantesca mochila por nosotros y así alivianar nuestro paso por el camino. Ese alguien ese es Yeshúa (Jesús), el hombre en el cual Dios se hizo carne y cuando estuvo en la tierra debió atravesar por situaciones tan difíciles como las que nos tocan a nosotros.

En Él, tenemos la gran posibilidad de hallar el descanso que necesitamos. No lo veremos con los ojos, pero si lo buscamos a través de la fe, porque nos ama, lo encontraremos caminando a nuestro lado, dispuesto a que con sinceridad le confesemos lo que nos pasa y le entreguemos esa costosa carga que tanto nos dificulta el andar.

Un sustento bíblico:

(Dijo Yeshúa –Jesús-): Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mateo 11:28.

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