
Pablo estaba nervioso. Sabía que se aproximaba el momento en que intentaría besar a esa chica que tan bien le había caído. Estaban sentados en uno de los sillones del boliche. La música, a todo volumen, gobernaba cada resquicio del local nocturno de la zona norte. La gente gritaba, bailaba, fumaba, bebía, se amontonaba… Y ellos, por momentos ajenos al alboroto y la confusión, intentaban mantener una charla que les permitiera conocerse, al menos, en lo básico.
Hasta que la conversación no dio para más. A medida que los temas se iban agotando, el ritmo cardíaco de Pablo se aceleraba, posiblemente en forma proporcional. En un instante, ya no hubo nada más que decir. Con el corazón a todo galope, arrojó una última frase a modo de pregunta. Quería asegurarse de que, al tirarse a la pileta, no la encontrara vacía. En otras palabras, deseaba confirmar si, al intentar sellar el encuentro con un beso, sería correspondido por su compañera. Un corte de rostro —como se decía en la jerga— habría sido muy frustrante para él.
Si bien el diálogo previo, fluido y agradable, era un buen augurio, no existía ninguna garantía de que eso se plasmara en el tan anhelado choque de labios que Pablo imaginaba desde el primer contacto visual. Pero una tranquilizadora expresión de la chica le dio pie para avanzar. Por eso, con gran expectativa —aunque aún con una pizca de temor—, aproximadamente a las 4:30 de la madrugada, él acercó su rostro. El de ella no se apartó.
El resultado fue el beso esperado: un preanuncio de hermosos momentos —y, por supuesto, también de los otros— que viviría la pareja recién formada.
Muchos años después, Pablo escribió: “Presión social”.
La presión social nos lleva, muchas veces, a hacer lo contrario de lo que Dios quiere para nosotros. ¿Cuántas cosas hacemos porque las hacen los demás y no porque realmente lo queramos? Hoy, tener relaciones sexuales sin amor es algo prácticamente de todos los días. Para Dios este acto es tan sagrado que lo reservó para que recién se haga estando casados. Sin embargo las enseñanzas de nuestro Creador quedaron tan de lado que en la actualidad esto se practica por pura diversión y sin afecto por el prójimo. Nuestro cuerpo, así como nuestros sentimientos, son muy valiosos como para compartirlos con alguien que solo busque pasar un rato placentero a costa de ellos. Si hace miles de años Dios le dio a la sexualidad un carácter tan sagrado es porque quiere que tengamos paz y felicidad. Antes y ahora. Sus leyes nos traen bendición, por más que hayan sido dictadas hace mucho tiempo y aunque la rebeldía del ser humano, diga que como la sociedad cambia, ya no tenemos que obedecerlas.
Un sustento bíblico:
Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. 1 Corintios 6:18.