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Dentro del amplio abanico de elementos negativos que se desplegaba en oportunidad de concurrir a las discotecas, Pablo detestaba los dolores de cabeza y el malestar físico en general que se presentaban tras la ingestión etílica. Las escasas horas de sueño que seguían a esas madrugadas regadas de alcohol (dado que nunca le gustó dormir hasta el mediodía), no le alcanzaban para neutralizar la repulsiva marca producida por la bebida. Contra la pesadumbre estomacal, Pablo no halló más antídotos que el reposo y la paciencia. Ingerir mucha cantidad de agua también lo ayudaba. Aunque ninguna de estas soluciones eran instantáneas, como él hubiera deseado, sino que la recuperación, podía prolongarse hasta la tarde siguiente.

En cambio, para evitar el dolor de cabeza había encontrado un remedio muy efectivo. Lo que hacía, era llevarse al boliche un blíster con aspirinas (si no las tenía en su casa, era capaz de comprar especialmente para la ocasión). Una vez que finalizaba la mencionada ingestión etílica –situación que usualmente no pasaba de las 5 AM- extraía un comprimido del blíster y lo tomaba, acompañado de unos sorbos de agua que iba a buscar a la canilla del baño del lugar. De esta manera se ponía al resguardo de una cefalea casi segura. En la discoteca ésta todavía no estaba presente, pero Pablo sabía por experiencias anteriores que el cuerpo le pasaría factura en ese sentido, algunas horas más tarde. La primera vez que tomó esas precauciones le había salido bien, sin que se viera obligado a lamentar el “se me parte la cabeza” tan frecuente de las duras jornadas post-boliche. En función de ese “éxito”, no dudaba en repetir la costumbre de llevar consigo sus aspirinas ante una salida de esas características.

Muchos años después, escribió: “UNA CARTA A LA HUMANIDAD”.

La Biblia es un libro extenso pero la esencia de su mensaje puede resumirse en unas líneas: Dios es el creador del Universo y de todo lo que contiene. Él creó al ser humano y le dio una Ley para que viviera feliz. Pero la humanidad le dio la espalda, desoyendo sus reglas. Cómo su justicia es perfecta, el Señor no puede permitir que un infractor a la Ley habite en un lugar santo como el Cielo. Pero cómo Dios ama a su criatura, sí pudo hacer que alguien pagara por su pecado para que el hombre pueda acceder a su morada eterna. Quien se sacrificó por la humanidad es su hijo Yeshúa (Jesús), que jamás pecó. Porque el sacrificio debía ser perfecto para que pudiera vencer al pecado y ser aceptado por la justicia divina. Ahora, solo nos queda tomar ese regalo que no merecemos, pero que aún así nuestro creador nos ofrece con infinito amor. Quien lo acepte haga habrá dado un paso fundamental en su salvación. Quien siga ignorando el mensaje, se expone a una condena que el Señor no quiere darle, pero que, porque hay una justicia divina, es inevitable.

Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Yeshúa El Mesías murió por nosotros. Romanos 5:8.

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