HISTORIAS MÍNIMAS… Y PORTEÑAS

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GRACIAS, AMIGOS

El periodista se sentó delante de la computadora y pensó qué iba a escribir ésta vez… Menos de 24 horas antes había tenido una discusión con su esposa. Ella estaba momentáneamente sin empleo, aunque con buenas perspectivas laborales para 2020, cuando la aparición de la pandemia y el decreto de cuarentena obligatoria, truncó toda posibilidad de desarrollar sus actividades en esta época del año. Asimismo, el hombre de prensa también estaba viendo flaquear sus ingresos como nunca antes. La habitual parsimonia hogareña, por unos minutos, fue vencida por un estallido de preocupaciones acumuladas.

Pronto la calma regresó al hogar. Pero el problema no había desaparecido. ¿Qué harían? Desde hacía varios días, ante la adversidad, una idea venía rondando por la cabeza del periodista. Era algo que le permitiría seguir vinculado a su profesión, a la vocación de casi toda su vida, pero a partir de un proyecto diferente. Había llegado la hora de poner esa idea en práctica. Eso sí, no lo consideraba para nada sencillo, ya que si bien no se trataba de pedir una limosna, debía apelar a la solidaridad de amigos y conocidos que contribuyeran con su proyecto periodístico mediante el aporte de una suma monetaria que, más allá del monto, le resultaba incómodo solicitar. La vergüenza, los prejuicios, el temor al qué dirán y al fracaso, eran sus principales obstáculos, mucho más que la tarea periodística que estaba dispuesto a emprender.

Esa noche redactó la nota que sería la carta presentación, explicando el contenido del proyecto y la situación que atravesaban en su hogar. Pero no la mandó y se acostó pensando en la cuestión. A la mañana siguiente, entró al whatsapp. Decidido, copió el texto que había redactado y lo pegó. A la espera de que su gente fuera recibiendo el mensaje, dejó el teléfono encima de un mueble y se puso a hacer otras cosas. Aproximadamente media hora más tarde, volvió a tomar el celular. Estaba expectante. ¿Cómo les habrá caído? Para su sorpresa, el respaldo empezaba a ser conmovedor. Durante buena parte del día fue recibiendo la aprobación a sus planes, reflejada en el patrocinio de pequeños-grandes mecenas y de muestras de apoyo, estuvieran o no ligadas al aporte de recursos materiales. Dio gracias a Dios y a la noche, volvió a sentarse frente al teclado, con un estado de ánimo muy diferente al que había experimentado 24 horas atrás. Se formuló esta pregunta:

¿Es posible ser feliz hoy, que el mundo atraviesa esta situación tan crítica? Aún a riesgo de sentir culpa, se permitió responderse que sí, al menos en este instante. La felicidad es una suma de momentos –razonó el periodista-, y al menos en éste, ella había llamado a su puerta. ¿Por qué no dejarla pasar? Entonces escribió otra nota y cuando llegó al final, pensó un título. Lo primero que saltó a su mente le pareció trillado y cursi. Pero no le importó. “Gracias, amigos”, puso… Y siguió disfrutando de un día inolvidable.

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