PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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Pablo no tenía más de ocho o nueve años, cuando vivió su primera experiencia ligada a la hipocondría. Por la mañana, en la escuela en la que cursaba cuarto grado, la maestra había hablado del Mal de Chagas. Comentó que la gente se moría por la picadura de un insecto, la vinchuca, ya que no se había hallado aún la cura para dicha enfermedad. La señorita Ethel añadió que esto ocurría en su país, la Argentina, aunque, por lo general, en el campo. Pablo se quedó impresionado, pero no tanto como para que su rutina no continuara normalmente.
A la noche, mientras jugaba en el piso de su casa con unas figuritas redondas de chapa que estaban muy de moda en la década del Ochenta, el tema volvió a su mente. Sin disimular su preocupación, dejó de jugar. Su papá notó que algo le sucedía. Pablo le contó lo que enseñó su maestra, y que tenía miedo de que el insecto que transmitía el Mal de Chagas lo picara. El papá lo tranquilizó, respondiéndole que ellos estaban lejos de la zona alcanzada por la vinchuca, que eso era en el campo y ellos vivían en la ciudad. Habiendo recuperado la calma, prosiguió con su entretenimiento, dejando de lado el temor que le generó el tema. Al día siguiente, prácticamente no se acordó más del asunto.

Pero con el correr de los años, incluso siendo adulto, cada vez que escuchaba sobre del Mal de Chagas, aquel episodio vivido en cuarto grado regresaba a su mente. Ya no venía acompañado de su miedo original, si bien estaba lo suficientemente impreso en su memoria, como para que Pablo fuera consciente de que ése había sido su primer contacto con el temor exagerado a las enfermedades y lo que se conoce como trastorno de ansiedad.

Muchos años después, escribió:

Cambiar impaciencia por confianza.

Uno de los relatos bíblicos que en lo personal más me ha impactado, es el de la muerte y resurrección de Lázaro. Yeshúa (Jesús) no estaba en Betania –la aldea donde este hombre vivía- cuando lo mandaron a llamar por causa de su enfermedad. Lo más llamativo es que tampoco acudió de inmediato cuando se enteró que lo estaban esperando para que lo sanara, sino que a pesar de que amaba a él y sus hermanas, esperó dos días antes de ir a Betania. A pesar de que sabía que Lázaro moriría, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella” (Juan 11:4). Cuando llegó Yeshúa, Lázaro ya había muerto y Él lo resucitó. Por obra de este gran suceso, quizás quede un tanto relegado otro hecho: Yeshúa no fue enseguida y tampoco le informó a nadie –ni siquiera a sus discípulos-, el motivo por el cual tuvo esa aparente demora. Sin embargo, por alguna razón actuó como actuó.
De la misma manera, cuando le pedimos algo a Dios, la respuesta no siempre llega en el tiempo y la forma que esperamos (algunas veces, incluso, nunca llega). No significa esto que Él no haya escuchado la oración o que no ame a sus hijos. Puede ocurrir, que el propósito divino sea el de “retrasarse” para conseguir un fin superior, el cual escapa a nuestro entendimiento.
Las hermanas de Lázaro, Marta y María, deseaban fervientemente que Yeshúa llegara antes de su muerte, para que lo curara de su enfermedad. En cambio, sí se presentaron muchas personas, para darle el pésame a la familia. Tras su resurrección, esa gente quedó azorada por lo que acababa de lograr Yeshúa. “Por esto muchos de los judíos que habían venido a ver a María, y vieron lo que Yeshúa había hecho, creyeron en Él”, indica el texto bíblico (Juan 11:45). Aquí está, entonces, el motivo de la aparente demora.
Los relatos bíblicos fueron escritos para instrucción de las generaciones posteriores. Lo que distintos hombres de fe escribieron en el pasado bajo la inspiración de Dios, nos sirve de enseñanza para aplicarlo en el presente. Entre tantas cosas, con este caso las Escrituras nos enseñan que no debemos impacientarnos ante una respuesta que no llega rápidamente, sino confiar en que la voluntad del Señor viene de la mano de un objetivo que su infinita sabiduría, es capaz de planificar mejor que cualquier mortal.

Un sustento bíblico:
El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan. 2 Pedro 3:9.

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