HOGAR PEQUEÑO

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Hogar pequeño, te llevo dentro de mi corazón. Eras puro como el sol; acogedor, amplio y tranquilo. Te recuerdo hoy y todos los días de mi vida. Quiero acurrucarme entre las sábanas, quiero que mi vida sea larga y buena, quiero beber el agua de los arroyos, quiero cantar canciones de cuna, quiero quererme, cuidarme y salir adelante a pesar de las penas que se sufren, quiero que nadie me haga daño.

Solo conozco tu interior, tu exterior y tu corazón hecho de amor grabado en mi alma a fuego, como las alas de los gorriones, con tu inmaculada belleza, que es como parecida a Dios. Cada día que pasa se inicia un nuevo ciclo para la vida, para el universo, para las flores y mariposas. Con ellas vuelo en mi imaginación y vuelvo a la tierra donde nací, donde me cuidaron mis padres, donde adolecí de penas y desvelos, que luego, ya de adulta, comprendí.

Vienen a mi mente recuerdos de un libro que leí en mi adolescencia, Éxodo. Trata de la diáspora del pueblo de Israel y las dificultades para llegar a la Tierra Prometida en los primeros años de la posguerra. Mi generación siempre se sintió conmovida ante las dificultades que debió sortear el Estado de Israel en su crecimiento como Nación. Rodeado de la hostilidad de los pueblos vecinos, esto desembocó en varias guerras que estrujaron de angustia mi corazón, especialmente desde la emigración de mi hermano Daniel, que participó de una de ellas y afortunadamente regresó sano y salvo. Quiera Dios que algún día la paz verdadera llegue a esa querida tierra, y que todos los pueblos del mundo puedan convivir sin necesidad de luchas que provocan muerte y destrucción.

Ilusión, inocencia quizás de percibir en mi interior que estás presente, ilusión de que nos vamos a reunir, que existe motivo para vivir y para sonreír. Creo en ti, Dios perdonador y hacedor de milagros. Te alabamos con pasión.

Raquel Seltzer

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