PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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A Buenos Aires se la considera la capital internacional del psicoanálisis. Cierta zona de la Ciudad, en el barrio de Palermo, está tan densamente poblada de consultorios terapéuticos, que incluso ha recibido por mote Villa Freud. Pero, ¿la terapia está sobrevaluada? A menudo Pablo se lo había preguntado, a partir de la confesión que unos diez años atrás, le hizo un psicólogo al que concurría en aquella época. Para su sorpresa, se lo dijo en la misma sesión en la que también le informó que su terapia con él estaba a punto de concluir. Le estaba dando el alta, añadiendo esta inesperada confidencia.

Pablo pensó: “Si hoy tuviera que responder por si o por no, diría que aquel profesional que me atendía en su departamento de la calle Migueletes tenía razón: la terapia está sobrevaluada”. Sin embargo, Pablo no podía afirmar que a é no le dio resultados satisfactorios. Y si existía un aspecto puntual que le permitía hacer esta aseveración debía centrarlo en el impulso que Cristian –su último terapeuta- le dio para que comience a poner por escrito sus ideas. Una tarde de primavera, la inspiración volvió a visitarlo, entonces, se animó a pasar en limpio el concepto:

La mayor parte de mi vida, viví apartado de la fe. Seducido por el concepto «si no puedo ver ni tocar, tampoco voy a creer», me dejé llevar por la corriente de pensamiento que proclama tanta gente, incluso, judíos como yo. Tiempo después, mi vida cambió, a partir de un encuentro personal que tuve con Yeshúa (nombre original de Jesús, en hebreo). Y comencé un nuevo camino, entendiendo que hay cosas que existen por más yo no pueda verlas ni tocarlas. Me pregunté: ¿Por qué ser tan soberbio como para basar todo en mi propia percepción? ¿Quién soy yo, minúsculo ante la inmensidad del Universo, para querer que sólo exista lo que pasa por mis sentidos?

Así y todo, el mundo de hoy, que tanto le ha dado la espalda a Dios, pareciera pretender encausarte en el viejo camino, enseñando que sólo podrás creer dependiendo de que puedas verlo con tus ojos, o escucharlo con tus oídos.  Pero si quizás me sobrevuela la tentación de la duda, apelo a un recurso que no falla: mirar o imaginar el rostro sonriente de mis seres queridos. Al hacerlo no veo cuerpos inertes. Allí hay luz, ternura y amor, conviviendo en maravillosa armonía. Una perfección en la cual es posible contemplar la hermosa obra de un diseñador poderoso, y no un simple producto surgido por azar, al que el paso de millones de años logró hacer evolucionar.

Un sustento bíblico:

Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (1 Juan 4:16).

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