PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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¿Quién lo hubiese imaginado un año atrás?, se preguntaba Pablo, viendo las preocupantes cifras del Covid-19 en la Argentina, en un abril de 2021 que ingresaba en su etapa final. En abril de 2020 el país experimentaba un riguroso aislamiento, mientras los contagios estaban muy por debajo de los niveles actuales y en la población aumentaba la expectativa por salir pronto de la cuarentena obligatoria. En comparación a aquellos días, los números actuales se multiplicaron de modo feroz, pero, vaya paradoja, el confinamiento ya no existía y la gente hacía otra vez “vida normal”, más allá del retorno de algunas medidas restrictivas, tan aplaudidas como cuestionadas.

Pablo seguía preguntándose: ¿Cómo es posible que se hayan disparado los números tan bruscamente? Su mente le devolvió una respuesta, donde coincidían factores como la ineficacia, la corrupción y la falta de consideración hacia el prójimo, lo que caracterizaba tanto a la clase política como a la población en general. Su memoria, recopiló casos de fiestas clandestinas, vacunados de privilegio y reuniones sociales nada recomendables en tiempos de pandemia. Pablo entendió, una vez más, que la gravedad de los problemas que aquejaban al mundo entero, tenían que ver con la rebeldía natural del ser humano y el hecho de que éste se hubiera alejado de su Creador, dándole la espalda a sus preceptos para ingresar en el oscuro camino que lo está conduciendo hacia la autodestrucción.

El título elegido para su nueva reflexión fue: “Estar alertas ante una industria que avanza”. Y el texto, el que sigue a continuación:

Al revisar la biblioteca de mi casa, encontré un antiguo libro con historias bíblicas que me leía mi abuela materna cuando era chico. Sorprendido por el hallazgo, quedé más asombrado todavía al leer el prólogo. Su autor, apesadumbrado, decía que los niños del momento estaban alejándose de la fe “desde que la Biblia quedó relegada al último desván del hogar…”. Agregaba que los héroes bíblicos “han sido suplantados por los personajes de gacetilla, que ofrecen con aderezos generalmente perniciosos, una aventura maliciosa o un episodio insulso que conduce al embotamiento del espíritu de nuestros niños y esteriliza todo su extraordinario poder imaginativo”. El autor se quejaba de la aparición de personajes literarios infantiles, que comenzaban a reemplazar a los relatos bíblicos que contenían “un profundo sentido humano y su infinito poder moralizador”.

El libro había salido en 1949, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial. Según el autor, “este siglo tormentoso e incierto, que ha cambiado casi totalmente la faz del mundo, trocó, con grave prejuicio, para su propio porvenir, al niño poeta de antaño por el niño-hombre de hogaño (de hoy)”.

Aquellos niños, son los abuelos y bisabuelos del presente. Si aquella generación comenzaba a apartarse de la fe, influida por la proliferación de libros de cuentos, en tiempos en que ni siquiera la televisión estaba instalada en los hogares, ¿qué pensaría este escritor hoy, donde la tecnología hace estragos entre chicos y adolescentes? Primero fueron los cuentos infantiles, luego la TV, más adelante los juegos electrónicos. Es innegable la influencia que ejercen sobre nosotros estos elementos. Por eso, si hace setenta años, con la contribución de novedosas atracciones literarias, el mundo había acentuado su alejamiento de Dios, qué queda para estas generaciones, donde la poderosa industria de la diversión impacta con munición gruesa (play, series, películas, fútbol, música), manteniendo a jóvenes y adultos aturdidos por pasatiempos superficiales que lo alejan, incluso, de compartir momentos con su familia.

A modo de cierre, van estas líneas del mismo prólogo: “Pero al niño de hoy –hombre de mañana-  ni Peter Pan de Barrie –que, por otra parte, tan poco se conoce en Latinoamérica- ni Caperucita, con su capuchón rojo escarlata, podrán restañar las heridas de su desaliento que, para el bien del mundo, queremos que sean efímeras y sin consecuencias”.

Un sustento bíblico:

Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno. 2 Corintios 4:18.

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