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En los días posteriores a aquella primera salida, Pablo continuó disfrutando de lo que se vislumbraba como una etapa distinta en su vida. Distinta y novedosa. ¿Por qué novedosa? ¿Por qué distinta? Es que en sus 24 años, no habían sido tantas las oportunidades que una relación afectiva con una chica había prosperado, más allá, tal vez, de algunas semanas de duración. Pablo desconocía lo que realmente era tener un noviazgo. Lo desconocía y, al mismo tiempo, lo anhelaba. Gracias a esta experiencia que tan contento lo había puesto, ahora sí se encontraba delante de lo que, según entendía, era una inmejorable posibilidad para ponerle fin a esta triste situación de soledad. Estaba en debate, eso sí, si lo que Pablo quería era estar de novio, o en cambio, poder decir que estaba de novio. Esto que a simple vista no revestía grandes diferencias, en realidad, de ninguna manera era lo mismo. Detrás de la disyuntiva, existía una problemática profundamente marcada por la baja autoestima. Por querer ser como “los demás” y no poder. Por perseguir incansablemente una supuesta igualdad que él veía muy lejana. ¿Cuántos eran los jóvenes que a su edad –o incluso siendo más chicos- ya tenían pareja estable? “¿Y yo cuándo?” En esta intrigante inseguridad personal se basaba el lamento de un Pablo que ahora, de pronto, podría modificar su discurso, diciendo con el pecho hinchado que tenía novia. Sí, se hallaba frente a una excelente chance de poder cumplir él también con este mandato social que, desde su mirada, resultaba trascendental. Y aparte, delante del desafío para nada sencillo que implicaba que la flamante relación prosperara.

Nuevamente frente a la pregunta “¿estar de novio o poder decir que estaba de novio?”, la incógnita no era tan fácil de despejar, aunque probablemente, en una combinación de ambos elementos estaba la respuesta.

Muchos años después, escribió: “GOLPE A GOLPE”.

Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en el Mesías, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. La Biblia. 1 Pedro 5:10.

Cata aprendía a caminar. Como era perezosa, prefería que la alcen en brazos y su aprendizaje se retrasaba. Su mamá le dijo con firmeza: “Vení caminando hacia mí”. Y se alejó. A Cata no le agradó la idea. Intentó dar un paso, se cayó y lloró. La escena se repitió. A su mamá le dolía verla caerse y quejarse, pero esa era la forma de que aprendiera. Nuestro Creador actúa así con sus hijos. Muchas veces no comprendemos el motivo de los golpes que nos damos en la vida. Quizás lloremos y pensemos que Dios nos ignora o no nos ama. Pero nuestro Padre celestial lo permitió por razones que él sí entiende. Si bien será difícil o imposible darnos cuenta en el momento del tropezón, confiemos en que todo es para nuestro crecimiento y sigamos adelante en el perfecto camino que Dios trazó.

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