Después de la pesadilla que había sido su segundo año del secundario, Pablo transitó por aguas calmas lo que fue el tercer año. Esa disminución en el alto grado de bullying que le había tocado padecer, se tradujo también en una notoria mejoría en sus estudios. En la oportunidad anterior, se había llevado tres materias a diciembre (las cuales rindió correctamente en la primera fecha de examen que tuvo). En esta ocasión -doce meses más adelante- sólo se llevó una materia, que también consiguió aprobar en diciembre. En consecuencia, esta vez atravesó unas vacaciones tranquilas. Nada que ver con lo mal que la había pasado en el anterior período veraniego, que estuvo signado por su temor a la reanudación de las clases.
Ahora, para el comienzo del nuevo ciclo lectivo, Pablo anhelaba que se consolidara la buena predisposición del Francés, que llamativamente había dejado de hostigarlo con la intensidad de tiempos no muy lejanos. Si hasta había entablado una cordial relación con él… Su vínculo no era de amistad, aunque por lo menos el carácter tan cargoso como agresivo de su compañero, se había disipado, hecho que a Pablo le permitió aguardar la llegada del cuarto año del colegio secundario, de mejor ánimo. No obstante, las cosas no se dieron como él esperaba. Lo que ocurrió para que el efímero “oasis” se terminara y las arenas de un imaginario desierto volvieran a envolverlo, mucho tuvo que ver con la elección de los lugares que ocuparían en el aula. El primer día de clases de cuarto año, Pablo se sentó en un banco de la primera hilera. Exactamente detrás de él, se ubicó el Francés.
Mucho tiempo después, escribió: “Educados para acumular”.
No hemos sido educados para dar sino para acumular, para obtener más “para mí”. En las noticias abundan los consejos para ganar más dinero; en cambio, poco o nada dicen de cómo repartirlo. Esta es una sencilla de muestra de cómo se maneja esta sociedad. Los medios de comunicación actúan sobre nosotros y sobre quienes nos instruyen en el hogar y en la escuela… Entonces, es lógico que nos adaptemos a ese modelo e incorporemos el egoísmo que domina al mundo, como si fuera algo normal.
Sin embargo, este no es el modelo de nuestro Creador. Él bendice a quienes se preocupan por el prójimo, no a los que guardan para sí mismos. Desde luego, no se trata de regalar todo lo que tenemos, eso tampoco es lo que el Señor pretende. Pero sí el hecho de que seamos generosos, de que compartamos nuestros bienes. Por un bien, no se entiende sólo “dinero”, sino más cosas, como conocimientos, habilidades. El tiempo, por ejemplo, es un bien invalorable. Y nos cuesta mucho darlo…
Cuando Yeshúa (Jesús) estuvo en la tierra dijo que Él no vino a ser servido sino a servir “y para dar Su vida en rescate de muchos” (Mateo 20:28). De hecho, es lo que hizo, entregándose a la muerte para salvarnos de la condenación. Intentemos imitar el modelo de servicio que el dueño del Universo ideó para nosotros, no el de un sistema que lo ignora y va en el sentido contrario. Con entregar un poquito de nuestro valioso tiempo cuando nos lo piden (o mejor todavía, sin necesidad de que nos lo pidan), ya estaremos dando un paso muy importante.
Un sustento bíblico:
Entonces Yeshúa (Jesús) se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Marcos 9:35.