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Comenzaba junio y seguían viviéndose horas  muy difíciles. Pablo procuró hacer un breve repaso y a su memoria vinieron algunos conceptos muy incómodos de asimilar. Cifras récords en cuanto a contagios de Covid, centros sanitarios al borde del colapso, vacunación demorada, confinamiento, dificultades económicas, acusaciones cruzadas a nivel político… Ante semejante combinación de complejas circunstancias, Pablo intentaba no flaquear y, desde luego, cuidar su salud física y mental. A su vez, recordó ciertas opiniones que había leído en Internet, y que entre tanta confusión reinante, le parecieron de lo más atinadas. Giraban en torno a este pensamiento: cuando las personas ingresan en la decadencia espiritual, a continuación sobreviene la degradación moral y, por último, una decadencia general alcanza al ser humano, lo que aplica tanto a lo individual como a lo colectivo. Cuando uno se aleja de la voluntad del Creador, no resulta para nada extraño que el descalabro termine dándose en todo los ámbitos. Y si bien la penosa actualidad de nuestro planeta es una muestra cabal de ello, el rechazo a la sabiduría que proviene de Dios no es nuevo sino que se remonta a miles de años atrás. “Descubrir que hay conductas que no cambiaron”, tituló Pablo, como introducción a otro de sus escritos.

Cuando era chico, al leer historias bíblicas, me llamaba la atención que la gente se  apartara de Dios  adorando ídolos con formas de estatuas, o dándole carácter de divinidad a objetos como el sol y otros cuerpos celestes. En esos momentos, quizás creía que las personas que vivieron hace tres o cuatro mil años, eran inferiores a nosotros en cuanto a su inteligencia, y esa era la razón de aquellas manifestaciones “religiosas”. Sin embargo, luego comprendí que estas ideas no pasan por el coeficiente intelectual –que no creció con relación a esos tiempos- sino por el entorno cultural de los seres humanos. Hoy puede parecer ridículo que grandes multitudes creyeran en dioses como aquellos, aunque en realidad no estamos tan lejos de las conductas de nuestros antepasados, sino que por estar tan cerca, no nos resulta fácil darnos cuenta de cómo nos comportamos. ¿O acaso en los días que corren no está de moda hacer una deidad del universo o de la naturaleza, personalizado energías y afirmando que estas fueron capaces por sí mismas de convertir a la nada en el maravilloso mundo que habitamos?

Los movimientos culturales han ido variando a través de los siglos, aunque las ocurrencias que la gente encuentra para darle la espalda al Dios verdadero, no han cambiado demasiado. Las energías no nos instruyen acerca de cómo debemos vivir, de qué es lo que podemos hacer y lo que no. De ahí, su supuesto éxito. En tanto, nuestro Creador, para nuestro beneficio, nos dio reglas que la rebeldía humana se niega a aceptar, y eso en parte explica el rechazo de las personas hacia lo que de Dios provenga.

No obstante, el Señor no huye del hombre, como a la inversa sí es común que suceda. Por el contrario, ante un arrepentimiento sincero, siempre está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos en sus brazos, como ese padre que ama inmensamente a su hijo, por más mala que haya sido su conducta.

Un sustento bíblico:

Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todos los que te invocan. Salmo 86:5.

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