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Varios temores acompañaron a Pablo a este primer encuentro. Uno de los tantos, y muy importante, era que Romina no acudiera a la cita programada. Esto quedó descartado: una enorme cuota de alivio lo invadió a medida que la vio acercarse hacia él, lista para saludarlo con una bella sonrisa. No obstante, el temor más fuerte que experimentó en ese instante puntual en el que el encuentro estaba por concretarse, se basaba en que Romina hubiera presenciado a la distancia la brevísima charla entre Pablo y la chica con la cual la había confundido. Si ella hubiera llegado unos segundos antes, probablemente hubiese visto el insólito cara a cara producido en la entrada a la estación Río de Janeiro de la Línea A de subte. Pero nada de eso ocurrió. El tiempo transcurrido entre este episodio y el arribo de su verdadera cita, fue lo suficientemente largo como para que el papelón no trascendiera más allá de la intimidad de quiénes lo protagonizaron. Superado el incómodo incidente, Pablo logró concentrarse en la meta crucial: la salida con Romina, que llegó vestida de calzas negras, botitas, remera amarilla y buzo atado a la cintura.

En su primer contacto en las calles de Buenos Aires, la parejita no quedó a salvo del lógico nerviosismo. Sin embargo, las cosas fluyeron de la mejor manera. “Estaba todo bien”, hubiera sintetizado, seguramente, un observador neutral del encuentro. “¿Vamos a tomar algo?”, propuso él. A la respuesta afirmativa, le siguió la elección del lugar. En la esquina en la cual estaban parados había un restaurante/confitería bastante apropiado para cumplir con la propuesta. Así y todo, la pareja coincidió en descartarlo y cruzar La Plata para, en cambio, ingresar a un bar cuya superficie era considerablemente menor. Este reducto, aunque más modesto y de carácter barrial, también cumplía con los requisitos esperados por ambos para tener su conversación inaugural.

El hecho de “tomar algo” se ajustó debidamente a esta terminología, ya que sólo ingirieron bebidas. Romina, una gaseosa de sabor limón. Pablo, un agua sin gas. Y así, entre comentario y comentario, entre sorbo y sorbo, en un clima agradable, fue transcurriendo la velada. Hablaron de temas familiares, afectivos; del trabajo de Pablo, del estudio de Romina, que iba a la facultad… Alrededor de una hora y media más tarde, salieron del bar. Ya estaba oscuro. Ella tenía que ir a la casa de una ex compañera de la secundaria, que vivía a unas dos cuadras de allí. Él la acompañó hasta la puerta. Se despidieron con un beso que anticipaba próximas citas. Efectivamente, quedaron en seguir hablando por teléfono y pactar un nuevo encuentro.

Muchos años después, Pablo escribió: “La Felicidad”.

La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre. La Biblia. Isaías 40:8.

Ser feliz, seguramente, es el gran objetivo en la vida de la gente. Para llegar a serlo, muchos se apoyan en lo afectivo: tenemos momentos de felicidad cuando podemos estar con nuestros seres queridos; también, si hacemos un deporte u otra actividad que nos apasiona, o incluso alimentando nuestro interés por un club de fútbol, una banda musical, un programa de TV, etc. Pero puede suceder que algún día, perdamos el contacto con lo que nos da felicidad; claro, ninguna garantía existe de que duren toda la vida. ¿Y entonces, qué haremos, cuándo nos falten? Entretanto, nuestro Creador, está en todo momento y en todo lugar. Pase lo que pase. Él nos ama y anhela que ese amor sea recíproco. Está muy bien que las cosas pasajeras nos hagan felices. Pero Dios nos garantiza que esa felicidad sea completa. Porque es lo único y el único, que permanece para siempre.

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