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Con los latidos del corazón retumbándole en el pecho, Pablo marcó el número de teléfono. Aunque intentó conservar la calma, estaba sumamente nervioso. Habían pasado algunos días desde que conoció a la chica del boliche. Antes de despedirse y decirle las siete cifras que él memorizó con esfuerzo, ella también le había indicado el día y la hora en que podía encontrarla en su casa, para que pudieran volver a verse tras aquel primer encuentro.

Por eso, cuando esa tarde —alrededor de las 18— se dispuso a llamarla, Pablo comprendía que había buenas probabilidades de concretar el tan esperado diálogo. La alta posibilidad de que la charla se realizara incrementó su ansiedad. Aun así, envuelto en ese estado de inquietud pero sin dejar que el temor lo paralizara, tomó el teléfono y esperó que, del otro lado de la línea, alguien atendiera.

A través del auricular, escuchó el característico tono de llamada: una vez, dos veces… Pablo apretaba el aparato con fuerza. Pronto atendieron. Ya no había marcha atrás. Una voz masculina pronunció el tradicional “hola”. Pablo respondió: “Hola, sí, ¿está Romina?”.

La voz masculina —luego sabría que era su padre— accedió al pedido, no sin antes preguntarle quién deseaba hablar con ella. Pablo respondió a la consulta y aguardó a que Romina llegara hasta el teléfono fijo. Fueron segundos que, tal vez, se sintieron como horas. Pero el primer paso ya estaba dado y Pablo, aunque con cautela, lo celebró. Sí, la chica vivía allí y estaba en su casa.

Antes del llamado, no tenía certeza ni de una cosa ni de la otra. Podía haber ocurrido que Pablo hubiese anotado mal el número aquella noche, en medio del bullicio nocturno; o que la joven del boliche le hubiera dado información falsa (no sería la primera vez que algo así ocurriera en el mundo de las discotecas). También cabía la posibilidad de que, siendo efectivamente su domicilio, ella no se encontrara en ese momento, lo que habría complicado o postergado el contacto.

En definitiva, nada de eso sucedió. La voz suave de Romina rompió el silencio. “Hola”, dijo con delicadeza, dando inicio a la conversación.

Muchos años después, escribió: ¿QUÉ COMEMOS?

Dios les dio a los israelitas entre tantas leyes, también las alimenticias. Según ellas hay gran cantidad de animales que no son considerados como comestibles. El cerdo y sus derivados, por ejemplo, están en esta lista. También, los mariscos, tan comunes en los restaurantes de muchas partes del mundo. En la lista de no permitidos hay otros animales extraños para nosotros, cómo los murciélagos. ¿A quién se le ocurriría comerlos? Pues en China lo hicieron. Y según los entendidos, es justamente esto lo que dio inicio a la pandemia del Covid. Por algo, Dios hizo las leyes, entre ellas las dietéticas. No fue por capricho ni por autoritarismo sino porque nos ama y sabe mejor que nadie, porque es nuestro Creador, qué nos hace bien y qué es perjudicial. Por eso, en lugar de sostener una actitud rebelde hacia el que nos dio la vida y pretende salvarnos, nos convendría tener más humildad y hacer caso a sus sabias enseñanzas. A la corta o a la larga, nos daremos cuenta de lo bien que hicimos.

Un sustento bíblico:

Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito. Josué 1:8.

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