
Otra cosa que por lo general molestaba mucho a Pablo era el ruido. Dentro de la discoteca, no obstante, soportaba estoicamente los altos decibles de la música. De haber sido viable que el encargado de poner las canciones bajara el volumen, posiblemente Pablo le hubiera sugerido que lo hiciera. Pero claro, no había chance de que esto aconteciera. El estruendo que gobernaba el boliche, era un ingrediente al que había que habituarse para aspirar a un fin superior, que desde luego, era la conquista de una chica. No importaba cuál fuera el género musical y tampoco esto era tenido en cuenta a la hora de elegir discoteca. Cualquier estilo, lo mismo daba. La música a todo volumen, así como el baile, constituían para él dos males necesarios, incómodos escollos imposibles de extirpar de la noche bolichera. Por eso, no cabía otra alternativa que amigarse con ellos si lo que se quería era disfrutar de la salida. Y en función de esa amistad forzada, si había que “bailar”, Pablo lo hacía –al menos lo intentaba-, inclusive, siendo consciente de que sus torpes movimientos no sumaban en absoluto como elemento de seducción. A pesar de todo no sentía ninguna vergüenza, entonado por una ingesta de alcohol que inflaba artificialmente su estado anímico.
Acostarse casi de mañana, soportar el estruendo de los parlantes, hacer movimientos de baile… Todo esto conformaba un conjunto de elementos que a Pablo no le agradaba. Pero había algo más, acaso, lo más importante: la resaca. A sabiendas de que luego del engañoso resplandor de la noche, paradójicamente, sobrevendría la oscuridad del día (y no al revés), Pablo se resignaba a sumergirse en esa situación. Pensaba que ese era el precio que tenía que pagar. Y que estaba bien. ¿Cuál era el precio? El malestar general, compuesto por dolores de cabeza e indisposición estomacal. Pero en reiteradas oportunidades, también por una sensación de vacío interior a la cual lejos de estar emparentada con lo físico, se la podía definir como “resaca emocional”.
Muchos años después escribió: “Unidos y protegidos”.
Mientras que satanás significa adversario o enemigo, también en griego, idioma en que fue escrita una parte importante de la Biblia, diablo significa calumniador o engañador. Es que el enemigo de Dios y de la humanidad es un experto en mentir, en disfrazar la realidad, en hacer que lo bueno parezca malo y viceversa. En hacer que los mandatos de nuestro creador se vean como inservibles, pasados de moda, autoritarios. También es capaz de volverse invisible para poder atacar, para hacer que la gente crea que no existe, para destruir en forma sigilosa. Lo peor es que a veces no le hace falta actuar porque la humanidad sola, con su rebeldía hacia Dios, es la que se hace daño a sí misma. Estemos alerta ante los ataques del enemigo y seamos conscientes de que en soledad no podemos derrotarlo. Sólo manteniéndonos fuertemente unidos al Señor estaremos protegidos de sus astutas estrategias.
Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa –Jesús-): El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:10.