0 5 mins 9 meses

En uno de sus primeros encuentros con encuentros con Carlos, el terapeuta le preguntó qué necesitaría para incrementar la alicaída confianza en sí mismo. Pablo ya había confesado en el consultorio, que su autoestima se encontraba muy por debajo del nivel deseado. Por eso, la pregunta del psicólogo era, por cierto, bastante atinada. Pablo meditó unos segundos y se largó a responder. Con un noviazgo recientemente disuelto, su contestación hizo foco en una problemática que había padecido desde la adolescencia: su vínculo con las mujeres. Es que le costaba relacionarse con ellas. Por eso, fueron muy pocas las chicas que habían pasado por su vida. Y sentía que, ahora en la adultez, estaba muy atrasado en ese sentido. ¿Atrasado? Sí. Pablo le explicó a Carlos que para elevar su estima, creía necesario entablar relaciones con chicas. Por si hiciera falta aclararlo, no se estaba refiriendo a amistades ni a conexiones laborales.

El psicólogo, se enteró entonces, que su cliente anhelaba recuperar terreno perdido con el sexo opuesto, como si esto se tratara de una herramienta que podría ayudarlo a levantar la autoconfianza. También supo que a Pablo no le importaba establecer relaciones con más de una chica simultáneamente. Por el contrario, si hasta le dio a entender que, de poder “picotear” en diferentes lugares al mismo tiempo, se sentiría contento. Carlos, que escuchó atentamente la inquietud planteada, no se inmutó. Y la respuesta que devolvió se centró en el concepto que dice “si te pone contento, hacelo”.

Pero, ¿cómo es que había llegado Pablo a plantearse semejante meta? Por otra parte, ¿era un objetivo loco, descabellado? ¿O era lo que, quizás sin divulgarlo tanto, era lo que tanta gente hacía en forma solapada?

El psicólogo no lo expresó en voz alta en aquella sesión, aunque probablemente lo haya pensado: existía un mandato cultural que afirmaba que el hombre, cuantas más mujeres tenía, más macho era. Desde que tenía uso de razón, Pablo convivía con esta postura hecha carne en la sociedad. No era extraño entonces, que su verdad pasara por allí. Pero como desde su infancia/adolescencia jamás había logrado estar a la altura de lo que el mandato sociocultural le demandaba a un varón, parecía lógico -por más que no lo fuera-, que equivocado o no, se sintiera en deuda ante el dedo acusador y burlón de la sociedad. Y que estuviera dispuesto a esforzarse para saldarla.

Muchos años después, escribió: “Invisible para atacar”.

En la guerra, un bando tendrá grandes posibilidades de ganar si el rival no puede verlo, por eso la mejor estrategia a menudo no es atacar abiertamente sino pasar desapercibido y hacerlo por sorpresa, cuando el otro menos lo espera. Así también ataca Satanás, cuyo nombre en griego significa adversario, porque es el adversario de Dios y el de la humanidad. Seguramente son muchos los que piensan que no existe, que solo es un pícaro personaje de ficción. Sin embargo, su “picardía” consiste en pasar inadvertido para atacar por sorpresa y causar destrucción. Si vemos cómo está el mundo hoy, comprobaremos que estaría logrando su meta. Pero aún podemos salir triunfantes de sus ataques personales. Para eso, es indispensable permanecer del lado de nuestro creador, pues de él, Satanás huye. Pongámonos junto a Dios y no nos alejemos de él. De lo contrario quedaremos expuestos a la estrategia de aquel que haciéndose invisible, es experto en matar y destruir.

Un sustento bíblico:

Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que los creyentes en todo el mundo soportan la misma clase de sufrimientos. 1 Pedro 5:8-9.

Deja una respuesta