
“¿Qué te parece si nos vemos uno de estos días?”. Pablo pronunció la frase y quedó a la espera de la contestación. ¿Qué diría Romina? Milésimas de segundo más tarde, el teléfono de línea hizo llegar su respuesta… ¡Era afirmativa! Pablo sintió algo así como que una pasada mochila se desprendía de su espalda y se desplomaba en el suelo cuando escuchó el “sí” de la chica. Tanta tensión acumulada en su interior se diluía para darle paso a una placentera sensación de saber que el primer objetivo estaba cumplido. Ella estaba aceptando dar el segundo paso después de haberse conocido en el boliche.
Ahora se aproximaba un nuevo desafío, que seguramente vendría de la mano de nuevas tensiones y momentos de nerviosismo, pero todavía faltaba para eso. En principio, había tiempo para disfrutar este instante. Pablo lo vivió como un logro. Nunca le había resultado fácil entablar una relación de pareja. Por eso, continuaba vigente el temor a que el fracaso lo golpeara también en esta oportunidad. Cualquier duda o demora de Romina ante la propuesta de encarar una salida juntos, podía haber generado en Pablo un fuerte golpe en lo anímico. Y ni que hablar, de un “no” definitivo de parte de su interlocutora… Su autoestima llevaba años debilitándose. De haber tenido que lidiar con una rotunda negativa, la frustración hubiera sido difícil de sobrellevar.
De todas maneras, ¿para qué seguir analizando lo que podría haber sido si…? La conversación telefónica no arrojó elementos ligados a una dolorosa derrota sino todo lo contrario. Si bien por lo general procuraba ser medido en sus expresiones –quizás más de lo aconsejable-, en esta oportunidad, Pablo estaba eufórico y lleno de expectativas frente al eventual avance de la relación sentimental. No obstante, ninguna de las dos cosas demostró frente a su entorno. La felicidad que lo invadió por el comienzo de la relación, la guardó cuidadosamente en su interior. ¿Hubiera sido mejor exteriorizarla? Probablemente. Pero así era él. No dejaba que se transparentaran fácilmente sus momentos de tristeza y angustia, pero tampoco los de dicha y alegría.
Su charla con Romina había durado lo justo: ¿Diez minutos? ¿Quince, tal vez? Estaba claro que ninguno de los dos era de hablar más de la cuenta. En este aspecto, tenían un carácter muy parecido. Como para corroborarlo, bastaría con hacer un sencillo repaso de la conversación: luego del contacto inicial y de un breve recorrido por la vida de cada uno, Pablo planteó la inquietud que Romina aceptó sin titubear. En consecuencia, habría salida de pareja.
¿Sería correcto ponerle el rótulo de “noviazgo” a la incipiente relación? Por supuesto que todavía era muy pronto para hacerlo. A Pablo, no obstante, le hubiera gustado que el tiempo demostrara que un noviazgo con Romina era factible. Pero antes, se necesitaba un período de mutuo conocimiento. Él era perfectamente consciente de la situación. Por eso, perseveró para que a manera de arranque, tuvieran su primera salida juntos. Unos días más tarde de aquella comunicación telefónica, Pablo y Romina estaban encontrándose en una esquina del barrio de Caballito.
Muchos años después, escribió: “ODIOSAS Y PROBLEMÁTICAS”.
Dice una frase popular que las comparaciones son odiosas. Y es cierto, compararse con los demás, puede traer grandes problemas. Muchas veces no nos damos cuenta, pero estamos midiéndonos con respecto a otra gente, por lo que esa gente es o por lo que tiene. Como resultado, aparecen la envidia, arrogancia, la frustración, la culpa, los celos… Sentimientos que nos provocan sufrimiento a nosotros y a nuestro entorno. Sería muy positivo identificar la comparación cuando quiere meterse en nuestra cabeza y detenerla a tiempo. Hay grandes chances de que cuando menos nos comparemos, más tranquilos y contentos estemos.
Un sustento bíblico:
Pero el Señor le dijo a Samuel: —No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón. 1ª Samuel 16:8.