0 6 mins 1 año

Las cosas en el gimnasio arrancaron para Pablo mejor de lo que él mismo había esperado. Lo que en estos casos más lo perturbaba, era tener que afrontar la incómoda tarea de coincidir en ciertos ámbitos con un nutrido grupo de personas. Al principio, se sintió “amenazado” por la situación, pero una vez que los primeros minutos transcurrieron, fue serenándose. Desde luego, esas amenazas que su mente percibía, nunca se concretaron, y su rutina del debut concluyó en forma normal. Pablo se despidió del profesor y volvió a su casa. Estaba cansado. El cuerpo, como se preveía, le pesaba enormemente –sensación que se incrementaría al día siguiente- a razón de la falta de costumbre de sus músculos a los tradicionales ejercicios del gimnasio. Más allá de esos dolores, sin embargo, Pablo estaba muy contento por haber logrado dar ese paso tantas veces postergado. ¿Cuántas veces había visualizado la puerta del local de su barrio y tuvo intenciones de ingresar? Muchas. No lo hizo, en parte, porque permanecer en su zona de confort era un plan mejor. Aunque bastó que aquel extenso noviazgo concluyera para se viera obligado a abandonar su actitud poco proclive a encuentros sociales y otras actividades que quizás le hubieran hecho muy bien.

La satisfacción que lo invadió ante el deber cumplido, llevó a Pablo a seguir adelante en el intento de mejorar su condición física. Debido a los problemas derivados de su ruptura sentimental, había bajado bastante de peso, pero tanto el gimnasio como el régimen alimenticio que el nutricionista le había recomendado, posibilitaron una rápida recuperación. Entusiasmado por el cambio físico que notaba, se tomó en serio la nueva etapa y con loable dosis de disciplina, siguió perseverando en su rutina de complementos. Iba al gimnasio casi a diario. En una ocasión, hasta concurrió dos veces en un mismo día, a la mañana y a la tarde.

A medida que le agregaba peso a los discos y mancuernas utilizadas en sus ejercicios, también aumentaba su masa muscular. Un mes después de haber comenzado, se dio cuenta de que había subido aproximadamente diez kilos. Eso hizo que además, aumentara la medida de un componente que llevaba muchos años de decaimiento acumulado: su autoestima.

Muchos años después, escribió:

REGALOS Y CASTIGOS

¿Qué sucede si los padres le dan a su hijo una indicación y éste no la cumple? Puede ocurrir que el muchacho diga: “No les hice caso y sé qué estuve mal, perdónenme por favor”. Entonces, ¿qué buen padre no perdonará a su hijo? Dios también actúa así, aunque con una diferencia: como su justicia es perfecta, no puede permitir que alguien –aunque lo ame- no sea castigado al desobedecer. Y desobedientes, en mayor o menor medida, somos todos. La solución para poder perdonarnos, la encontró Dios en el castigo que en el madero sufrió Yeshúa (Jesús), el único que jamás pecó. Con su muerte, pagó el castigo que merecíamos nosotros, y nos hizo libres de pecado. ¿A todos? Bueno, esa libertad es un regalo que por gracia el Señor da a todos los que deseen recibirla. Los que no están interesados, no son obligados a aceptar el regalo. Eso sí, tampoco podrán eludir el castigo.

Un sustento bíblico: Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. 1 Juan 1:9.

CÁRCEL AL CULPABLE

¿Te gustaría que a una persona que robó, mató o estafó, la ley de tu país no lo juzgue y tenga los mismos beneficios que vos, que sí cumplis las leyes? ¿Nunca escuchaste una frase cómo esta: cómo puede ser que no vaya preso con lo que hizo? En el reino de Dios ocurre lo mismo. Él dictó leyes pero las personas no las cumplimos. Por lo tanto, deberíamos ir a una cárcel eterna. En nuestros países, el culpable podría pasar por inocente y no ir preso, pero de Dios nadie puede burlarse. Él nos ama pero ve todo y conoce cada rincón de nuestro cuerpo y nuestra mente. Nuestro destino era el de condenación eterna, pero justamente para evitar eso, Yeshúa (Jesús) se sacrificó por la humanidad. Su muerte redentora salvó a todos los que aceptan este inmerecido regalo que en base a su inmenso amor, nos ofrece el Señor.

Un sustento bíblico: Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Yeshúa El Mesías, nuestro Señor. Romanos 6:23.

Deja una respuesta