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ENERO, ALCOHOL Y PANDEMIA

Los primeros minutos de 2021 avanzan. En Buenos Aires, también avanzan los casos de Covid-19. Una pandemia que había bajado en cantidad de contagios, experimenta el temido rebrote. Pero a diferencia del otoño 2020, ya no hay cuarentena. La gente se lanza a las calles a celebrar la llegada del año nuevo. Y en esta celebración, así como en cada fin de semana, el consumo de alcohol es un invitado infalible. Al día siguiente, la prensa habla del descontrol que miles de chicos, sin tapabocas ni distancia social, realizaron en espacios al aire libre, desde la medianoche hasta la mañana del 1 de enero. Cantidades de envases vacíos, son el rastro que dejaron los adolescentes y jóvenes (¿por qué dejar afuera a adultos de esta lista?) que participaron de los “festejos”. No lo hicieron solo en plazas porteñas sino en las playas bonaerenses. Y por más que la prensa no lo cuente en esta jornada, ¿qué duda cabe de que no es únicamente al aire libre el desenfreno? En fiestas clandestinas -seguramente cada vez menos clandestinas- o reuniones en las casas, el consumo de alcohol hace estragos. En otra noticia, oh casualidad, se cuenta que de madrugada hubo un violento choque en Ramos Mejía. Tampoco es sólo en la Argentina: en Wujan, China, donde habría nacido el coronavirus, las multitudes se aglomeraron en calles y discotecas, en un claro reflejo de lo que sucede a nivel mundial.

Desde sus artículos, los medios periodísticos parecerían repudiar la tendencia a la transgresión y el alto grado de consumo etílico. Sin embargo, tomando como referencia a un medio online muy visitado, simultáneamente a las notas sobre estos temas, aparece la publicidad de bebidas alcohólicas, cuyo consumo ha crecido en forma exponencial a través de los años. Con decir, que prácticamente ya no se concibe que chicos -y chicas- salgan por las noches sin emborracharse. El consumo ha subido tanto que en estos tiempos, salir sin tomar, ya está catalogado como anormal. Así, tanto en este como en otros aspectos, lo “malo” se vuelve tan común, que de a poco queda instalado como “bueno” dentro del inconsciente colectivo. Casi sin darnos cuenta, lo nocivo va convirtiéndose en inevitable y lo anti-natural, en natural.

En un libro que tanto se ha buscado ridiculizar como la Biblia, un manual de instrucciones que mucha gente da por desactualizado u obsoleto, pueden hallarse cantidades de profesías que han ido cumpliéndose una tras otra a través de los siglos. En una de ellas, un profeta llamado Isaías, dio a entender que a futuro, el mundo tendrá a lo malo por bueno, y a lo bueno por malo. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! (Isaías 5:20)”.

Da la firme impresión de que ese futuro ya llegó. Con sólo darle una leída a las noticias y ver el comportamiento de la gente en año nuevo, se lo podría comprobar. Pero resistirse a los mandatos sociales (por ejemplo, el cada vez más popular, salir a emborracharse), no es una tarea sencilla. Primero hay que saber reconocer los mandatos que pretende imponernos el sistema, y después, aún quedan un par de alternativas: desafiarlos o entregarse a ellos. ¿Qué la pandemia avanza? A la hora de la diversión, eso poco interesa. A vastos sectores de la población, a la luz de estos hechos, mucho no les importa, lamentablemente, poner en peligro la salud propia, y la de personas con las que están en contacto.

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