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Un día Pablo pensó en hablar con su papá. Había atravesado un período de bullying furioso, que en aquella etapa tuvo una duración de unos cuatro meses, prácticamente desde el inicio de las clases, hasta las vacaciones de invierno. A pesar de los padecimientos, en su casa nadie sabía nada, porque él tenía la habilidad -por llamarlo de alguna manera- de que sus sentimientos no trascendieran si se lo proponía. Sin embargo, esconderlos, mantenerlos ocultos, tratar de que nadie se diera cuenta, le hacía mal. Y Pablo sabía que disimular ante la presencia de sus seres queridos, que guardar tanta angustia en su interior, no era de ninguna manera beneficioso. En función de eso, durante un buen tiempo fue haciéndose a la idea de que tenía que hablar. Al menos, tenía que confiar en su padre, pensó. La charla, más que nada, sería con el propósito de desahogarse, de sacar a la luz lo que le estaba pasando en el colegio. El propósito no tenía que ver con que su papá fuera a quejarse a las autoridades o prepotear a sus compañeros. Pablo huía de un eventual escándalo y no deseaba semejante exposición bajo ningún punto de vista.  Pero, eso sí, creyó que más allá de alivianar su pesada carga con una sincera conversación familiar, el papá podía llegar a darle un buen consejo. Le daba mucha vergüenza tener que admitir que estaban tomándolo de punto en el colegio. Por eso, quizás, tardó más de la cuenta en animarse. Hasta que una mañana, logró salir de su encierro verbal y no sin dificultades pero con gran franqueza, encaró ese diálogo que venía postergándose durante semanas.

Muchos años después, escribió: “Amigos son los amigos”.

A lo largo de la vida cosechamos amigos de todo tipo. Hay amistades que se destacan por ser muy fuertes. Pero suele ocurrir, que de pronto, una relación que parecía muy sólida, se rompe. En estas fracturas se mezclan unos cuantos sentimientos: sorpresa, desilusión, dolor, angustia. Es que el ser humano es inestable y dentro de su inestabilidad, también aparece la amistad. Esa inestabilidad emocional está fundamentada en elementos como el orgullo, la soberbia, el egoísmo… De acuerdo a la perspectiva de Dios, estas cuestiones reciben el nombre de pecado. Un pecado que genera que se separen amigos, así como además logra destruir matrimonios, familias y sociedades enteras. Un mundo caótico como éste, por ende, no es casualidad, sino la consecuencia de esos elementos dañinos que habitan en el corazón del ser humano.

Hay amigos y parientes que podrían decepcionarnos. Al mismo tiempo, existe Alguien que también quiere ser nuestro amigo pero que nunca nos defraudará. Yeshúa (Jesús) prometió estar con nosotros hasta el fin de nuestros días en la tierra y luego por toda la eternidad. Él es el único que jamás pecó. De modo que si algo ha prometido, también lo cumplirá. La muestra más clara de Su fidelidad y del amor que nos tiene, es que aceptó entregarse a la muerte para salvarnos de la condenación. No lo ignoremos. Aceptemos este regalo y sepamos que podemos confiar en Él, incluso más, que en los mejores amigos que tenemos aquí en la tierra.

Un sustento bíblico:

Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Juan 15:13.

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