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Pablo solía andar en bicicleta para trasladarse por la ciudad. A veces, tenía que realizar  trámites o compras. Entonces, se bajaba del rodado para ingresar en algún comercio. En ciertas ocasiones, sabiendo que demoraría muy poco, dejaba la bicicleta en la vereda, pero sin engancharla con la cadena. Hacía esto, por ejemplo, cuando no encontraba un poste para asegurarla, y cuando la estructura del comercio –quizás sí este tenía vidriera- le permitía verla desde el interior. Sin embargo, le sucedía algo curioso: estando él adentro y la bicicleta afuera, cada vez que tenía que levantar la mirada o girar el rostro para chequear si efectivamente el vehículo seguía en su lugar, no lo hacía en un solo y rápido movimiento, sino que iba levantando la mirada o girando el rostro muy de a poco, y con gran tensión, hasta que finalmente, hacía contacto visual con la bici. Y cuando comprobaba que estaba donde él la había dejado, se tranquilizaba, aunque apenas por unos segundos, porque enseguida la historia volvía a repetirse. Lo curioso no era que se pusiera nervioso ante el peligro concreto de un eventual robo, ya que la situación (bici sin candado) era una invitación para los amigos de lo ajeno. Lo extraño, era que Pablo no se atrevía a mirar de golpe el panorama. En cambio, lo hacía muy lentamente, y con temor a encontrarse con lo que de ningún modo quería encontrarse: es decir, que sus pertenencias ya no estuvieran más…

Este cuadro de situación también lo relacionó directamente con la hipocondría y los transtornos de ansiedad. Es que existía una conexión, ya no sólo a la enfermedad en sí misma, sino con el miedo a la comprobación. El miedo/resistencia a hacerse análisis y visitar al doctor, surgía porque mediante estas dos acciones, podría enterarse de que su salud no estaba bien. En síntesis, en este caso, la resistencia a posar la mirada en su rodado, era el equivalente a la que Pablo sentía a la hora de hacerse los chequeos médicos de rutina.

Un día, escribió: “Una mente brillante, pero…”

La mente humana es brillante pero su corazón, al mismo tiempo, es capaz de producir grandes males. ¿Un ejemplo? Extraordinarios inventos en la historia de la humanidad, luego fueron utilizados para cometer las peores barbaridades. Se cuenta que la pólvora, al ser descubierta en China, en principio no tuvo una finalidad bélica. Con ella se hacían fuegos artificiales. Poco después, ya se utilizaba para la guerra. Las armas fueron perfeccionándose, y siglos más tarde, no hace falta aclarar lo que significan en la propagación de asaltos, crímenes, etc.  La bomba atómica es otro ejemplo: primero se descubrieron los procesos para provocar una reacción nuclear. Más adelante, valiéndose de esto, artefactos de destrucción masiva causaron terribles masacres.

Si bien no todas las personas son capaces de robar y matar, hay componentes nocivos que anidan en ellas, como el egoísmo, la codicia y la falta de amor hacia el prójimo. Estos elementos, que sí son comunes a todos, contribuyen a dificultar cada vez más la supervivencia de la Tierra. Y así, vemos como una mente privilegiada, también puede generar el caos, unida a los bajos instintos del alma. ¿Cómo se anulan estos pecados que irremediablemente nos conducen al precipicio? Por más esfuerzos que haga o buena voluntad que ponga, el hombre no puede lograrlo por sí mismo. La única salida es reconocerse pecador y aceptar el perdón que Dios quiere darnos. Sólo si así lo hacemos, gracias al sacrificio del Mesías, Yeshúa (Jesús), quien pagó con esta obra por los pecados que nos pertenecen, nuestra completa restauración será posible.

Un sustento bíblico:

Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. Santiago 3:16.

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