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De aquella cuarentena tan estricta, la que caracterizó al otoño de 2020,  quedan apenas unos pocos vestigios. La pandemia azota al mundo: pareciera ofrecer un poco de alivio en la Argentina, pero recrudece en Europa, lo que lleva a pensar que si en nuestro país no tomamos conciencia de los cuidados que hay que tener, de vuelta podríamos estar viendo en el Viejo Continente, un adelanto de lo que podría tocarnos de este lado del mundo.

A todo esto, ¿qué será de la vida de Cristian? Pablo se preguntaba si el terapeuta que lo había atendido en gran parte de 2019, ya estaría nuevamente realizando sesiones presenciales en su consultorio de la calle Manuel Ugarte. Supuso que sí. De todos modos, no habían tenido más contacto desde muchos meses atrás. En más de una oportunidad, con el regreso a la actividad de los profesionales en la Ciudad de Buenos Aires, a Pablo se le cruzó la duda por la mente: ¿volvería o no?

En todos los casos, la respuesta que su propia conciencia le dio, fue negativa. Así y todo, tenía muy presentes las conversaciones pre-cuarentena en la sala del terapeuta. Por eso, un día ensayó una vez más una de las recomendaciones de Cristian: escribir. Y luego de elaborar mentalmente una idea, Pablo dejó asentado por escrito este nuevo pensamiento:

La barrera que durante mucho tiempo tuve para creer en Dios, era mi supuesta racionalidad. Consideraba que por ser muy racional, estaba inhabilitado para tener fe. Hace poco entendí que habría que tener más fe todavía, para creer que somos la consecuencia de una explosión espacial sucedida hace miles de millones de años, y que de la nada misma, nacieron estrellas, planetas, el ser humano, el reino animal, el vegetal… Y todo armoniosamente organizado de acuerdo a leyes naturales que rigen nuestras acciones cotidianas.

La especie humana es una máquina perfecta, conformada por miles de elementos y engranajes maravillosamente ensamblados, de los cuales cada uno posee una función específica. Por si esto fuera poco, hablamos, pensamos, sentimos, amamos, sufrimos, nos emocionamos… Tenemos vida. Los animales no están a nuestra altura en cuanto a raciocinio, pero también constituyen estructuras vivientes de alta complejidad, divididas en millones de especies diferentes, interactuando entre sí y con todo el ecosistema terrestre, actividad imposible de resumir en estas pocas líneas: harían falta kilómetros de tinta para describir el increíble funcionamiento de la naturaleza.

¿Qué sucedería si explota una imprenta y origina un desastre en su interior? ¿Con el correr de los años podríamos encontrar libros sanos, prolijamente acomodados y encuadernados? Imaginemos la explosión de un auto o de una casa… Un estallido causa caos, no orden. Considerando todo esto, hace falta tener mucha fe para sostener que todo ha sido producto de una gran explosión y del paso del tiempo. Claro que también es necesaria la fe para creer que existe un diseñador que creó las cosas con su infinita sabiduría. Hasta cierta época, a lo mejor estuve inmerso en la confusión. Ahora, entre ambas opciones, yo ya tomé mi decisión: no hay diseño sin diseñador.

Un sustento bíblico:

Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7).

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