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Más de siete meses pasaron desde el inicio de la cuarentena. La etapa de aislamiento interpuso una barrera entre Pablo y Cristian, su terapeuta. Al principio, éste le había propuesto continuar con las sesiones a través de la modalidad conocida como videollamada, pero Pablo, sometiendo la sugerencia a consideración de su propio juicio, eligió no hacerlo.

Pasaron varios meses. Las autoridades fueron habilitando la apertura de numerosos espacios que habían permanecido inactivos desde marzo. El de los consultorios terapéuticos fue uno de los que sitios que contaron con esta aprobación. Sin embargo, ni Cristian insistió con la invitación ni su cliente tomó la iniciativa del regreso. En el caso de Pablo, no porque estuviera disconforme con la labor del profesional. Simplemente, sopesó en una imaginaria balanza una cantidad de elementos que lo condujeron a tomar la decisión de “no innovar”. Eso sí, siempre tenía muy presente lo conversado en el consultorio de la calle Manuel Ugarte, como así también, el aliento que Cristian le infundía para que pusiera por escrito sus pensamientos y sensaciones. Cierto día volvió a sentarse frente a su PC y redactó el siguiente texto:

Cuando era chico, los libros que hablaban del Sistema Solar incluían a Plutón como un planeta más. Nadie parecía ponerlo en duda. Años después, con asombro, comprobé que ya no era considerado un planeta, y que lo quitaron de los mapas espaciales. Evidencias que de pronto, no son tan evidentes.

Aún hoy hay quienes sostienen que la Tierra no es una esfera sino un disco. Y son científicos…  En ciertos asuntos al ser humano promedio se le suele entregar una verdad “masticada” y cómo pocos la cuestionan, queda allí, vigente por años y años… Hasta que llega una nueva camada de especialistas y pone en jaque la evidencia anterior. Son apenas un par de ejemplos. Lo que hoy la ciencia señala como verdad absoluta, mañana puede no serlo.

Desde hace unas décadas, ganaron popularidad teorías que afirman que el hombre desciende del mono, que todos los seres vivos nacieron de una célula, que el Universo empezó con una gran explosión y que la vida se formó por azar. Esto no ha sido demostrado jamás, pero así y todo, se enseña en colegios y se divulga en diferentes ámbitos, haciendo que chicos y grandes vayan  por la vida con la idea de que, efectivamente, todo es cierto.

Son comunes los dibujos y videos, donde se ve a un mono que de a poco se yergue hasta convertirse en hombre. En lo personal, así como a mucha gente, me resultaba más cómodo creer que ese fue el origen de la raza humana. Sin embargo, hoy sé que son todas hipótesis, cuestionadas y refutadas dentro de la misma comunidad científica.

El hombre falla. Por más inteligente o instruido que sea, ¿cómo podrá evitar equivocarse? Por eso, en vez de teorías humanas, hoy elijo confiar en el Creador que todo diseñó con infinita sabiduría. Desde luego, no hay evidencia científica de ello. Pero si la hubiera, qué fácil sería creer. Lo realmente maravilloso, y lo que Dios mismo nos pide, es hacerlo por la fe. No una fe ciega, sino fundamentada, en mi caso, por los hechos concretos que viví desde que lo dejé entrar a mi corazón.

Un sustento bíblico:

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. (Apocalipsis 3:20).

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