Pablo rememoró otro episodio de su infancia. Él tendría unos diez años, cuando su abuela paterna sufrió complicaciones cardiacas. Tuvieron que internarla. A ella le faltaba poco –quizás dos años- para llegar a los setenta. Estuvo en unidad coronaria, pero salió bien del inconveniente de salud. Días más tarde regresó a la casa y vivió hasta pasados los noventa…
Pablo recordó que mientras su abuela atravesaba aquel proceso, él nunca estuvo asustado. En una ocasión, junto a su tía, fueron a visitarla adonde se hallaba internada: el Sanatorio Agote, de Buenos Aires. El hecho de tener que ir a un centro sanitario no representó ningún trauma para el Pablo versión infantil. Es más, lo vivió como una suerte de paseo… Estaba en un lugar diferente, de esos a los que nunca (o casi nunca) había ido.
Su memoria, guardó un breve diálogo que tuvo con su abuela, a quien le preguntó algo parecido a esto: “¿Son más lindos los sanatorios o los hospitales?”. Ella, sorprendida por la ocurrencia, le contestó de manera tajante, mientras lanzaba una sonrisa espontánea: “¡Ninguno!”.
Claro, ya siendo adulto, lo había comprendido: ¿quién podría creer que es “lindo” un sanatorio o un hospital? En concreto, Pablo llegó a la conclusión de que en su tierna edad (más allá de algún caso muy puntual, como cuando escuchó hablar por primera vez sobre el Mal de Chagas), todavía no había sido blanco de los miedos que avanzarían sobre él en otra etapa de su vida.
Muchos años después, escribió: “Buscar las respuestas aquí nomás”.
Es factible que una de las preguntas que más se formule la gente sea esta: “Si Dios existe, ¿por qué pasan cosas malas?”. Esta ha sido una excelente excusa para alejarse de nuestro Creador. Pero lo cierto, es que muchos de estos horrendos acontecimientos que padece el planeta, son provocados precisamente, porque el hombre ignoró la existencia de Dios y sus instrucciones. Las guerras, los desastres ecológicos, la desigualdad social… Todos son complejos problemas que actualmente parecen insolubles, pero que podrían haberse evitado solamente si se hubieran puesto en práctica las ordenanzas dadas por el Señor.
Una de ellas es el muy conocido “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31). Esto implica una invitación a pensar: “Si no me agrada que me hagan tal cosa, tampoco se lo haré a otra persona”. ¿Cuánto mejor estaría el mundo si la gente aplicara este célebre mandato? Esta y muchísimas instrucciones más que son para beneficio de la humanidad, se encuentran perfectamente puntualizadas en las Escrituras. Pero claro, es más fácil ignorarlas, pretender ridiculizar a la Biblia, hacer lo que uno se le da la gana, pasar por esta vida como si Él no existiera y, al mismo tiempo, formularse la pregunta del principio: “Si Dios existe, ¿por qué pasan cosas malas?”.
Hay misterios para los cuales todavía no conocemos las respuestas. Sin embargo, sobre otros interrogantes las razones están tan cerca, que nos cuesta verlas con claridad.
Un sustento bíblico:
Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo. 1 Corintios 10:24.