Poco más de uno año después de la llegada del Covid-19 a la Argentina, la situación se volvía más complicada todavía. El temido rebrote golpeaba al país y las medidas gubernamentales apuntaban a endurecer las restricciones. Pablo intentaba no sumergirse en la vorágine conformada por noticias, opiniones, cruces y polémicas que lo acechaba desde los medios de comunicación y desde la calle en general. Ese era precisamente, el torbellino tan emparentado a aquellos trastornos de ansiedad que anhelaba superar, y que ya casi dos años atrás, lo habían conducido hacia el consultorio de Cristian, el psicólogo al que en marzo de 2020, dejó de ver. En medio de la asfixiante atmósfera que despedía la Argentina de la pandemia, Pablo volvió a sentarse a escribir. Y a las líneas que redactó, les dio este título: Tomar conciencia de una lastimosa realidad.
Afirmar en esta sociedad que uno es un pecador sin remedio, implica someterse a risas burlonas, a que lo señalen como a un bicho raro, un fanático, un loquito… Esta introducción, sirve para darle una mirada a la Argentina de estos tiempos, donde políticos, funcionarios, sindicalistas, etc, son blanco de grandes muestras de repudio debidos a actos de corrupción que se ponen de manifiesto cotidianamente. Si no es por la vacunación de privilegio, es por malversación de fondos. Y si no, lo más probable es que algún tema que los salpique de suciedad, aparezca. Así es hoy y ha sido, prácticamente desde que tengo uso de razón. El ciudadano “común”, en general ve a estas personas como seres despreciables, gente sin escrúpulos con tal llenarse los bolsillos o conseguir puestos en esferas de poder.
Sin embargo, ¿es necesario aclarar que los políticos no constituyen ninguna raza aparte, y que son salidos del “pueblo”, al igual que todos? Gente como cualquier hijo de vecino, que un día llega a cierto nivel y, amparada en la impunidad de su posición, no resiste la tentación de usarlas para su propio beneficio. Pero supongamos por un instante, que hay diez personas –sin importar clase social- de las que (con mucha razón) despotrican contra los “ñoquis”, y llega un hombre influyente que les ofrece cobrar un sueldo del Estado sin tener que trabajar, dinero con el cual podrían vivir tranquilos por muchos años. ¿Cuántos no aceptarían? Y aquellos que no lo hagan en este caso puntual, ¿están por esto libres de mentiras, calumnia, egoísmo, envidia?
¿Cuántos de los que no somos políticos, gremialistas, funcionarios, etc, no hemos cometido actos de corrupción? La prensa seguramente no se interesará en darlos a conocer ni nuestro proceder afectará más que a un reducido grupo. Pero qué duda cabe de que la corrupción está todos los días, en las altas esferas y en los niveles más bajos. Y esto, no sólo en la Argentina: en mayor o menor medida, el problema lo tiene el mundo entero.
Conociendo esta realidad, ¿es un fanático aquel que afirma que el ser humano es un pecador sin remedio, y que en consecuencia, todo el planeta está inmerso en ese pecado que lo está llevando a la autodestrucción? Aún así, quienes lo habitamos todavía tenemos una esperanza: la de reconocer la obra redentora de un Mesías que hace más de dos mil años, pagó por todos y cada uno de nuestros pecados.
Un sustento bíblico:
Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. 1 Juan 1:9.