Pablo se preguntaba si vivir en plena ciudad tenía una influencia decisiva en la conducta de un ser humano. A lo largo de toda su vida, con excepción de los breves períodos vacacionales, Buenos Aires había sido el escenario de sus días. ¿Este perfil urbano provocaba dificultades a nivel interior que viviendo en el campo podrían evitarse? Pablo llegó a la conclusión de que, desde luego, así funcionaban las cosas. Pero también razonó que el poder ejercido por los medios de comunicación era un factor absolutamente determinante, y éste no se limitaba al cemento de una gran ciudad, sino que sobre todo en estos tiempos, atravesaba las fronteras más lejanas, para penetrar con sus mandatos sociales incluso en sitios aparentemente intocables. Hilvanando esto con su próxima reflexión, a la que tituló “estar atentos al mensaje encubierto”, escribió:
En una serie juvenil norteamericana, cuatro amigos adolescentes viven su vida en torno a la música. En la pareja protagónica, el atlético muchacho canta, baila y convoca a multitudes “teens”, mientras su compañera canta y compone. La comedia se llama Austin y Ally, por ellos dos. El grupo se completa con un chico que filma videos y una chica que representa al cantante. Si bien los cuatro aparecen en escena en proporciones similares, el nombre de la serie sólo alude a los dos primeros, carilindos y de buena figura física. Los otros dos amigos son un pelirrojo extravagante y una simpática gordita, grandes actores, de mucho carisma, aunque no los protagonistas principales de acuerdo al título de la obra.
Esta situación no es casual en el mundo de la televisión, sino más bien un reflejo de lo que ocurre en general. Los protagonistas suelen ser bonitos y esbeltos, mientras los que no lo son, quedan relegados a un papel secundario, al margen del talento que tengan.
Si bien la discriminación en este caso no es abierta, los medios masivos de comunicación le trasladan al mundo un mensaje encubierto que pone a lo estético por encima de los demás. De ahí, es posible que la legión de niños y adolescentes que ven estos programas, crezcan con esta premisa desarrollándose en su mente. Con respecto al público joven y adulto, la dirección a la que apuntan los grandes medios no cambia: el reinado de lo estético y lo superficial se deja ver también en series para más grandes, el cine o la publicidad.
No sería extraño, en consecuencia, que un consumidor de esta industria, se frustre mucho si no logra cumplir con los parámetros de éxito que imponen los dueños del mercado. Aquel que no sea “lindo” ni tenga un buen físico, corre el riesgo de sentirse desvalorizado por la sociedad, tras haber sido víctima del mensaje subliminal que fue incorporando desde que tuvo acceso a una pantalla de televisión.
Si con el transcurso del tiempo, surgen la bulimia, la anorexia, la ansiedad, la depresión, el sentimiento de fracaso y demás trastornos, no es casualidad, sino un signo de que algo no se hizo bien. Y al componerse por tanta gente cautiva de estas aflicciones, el mundo termina sufriendo por los problemas que él mismo creó.
Un sustento bíblico:
No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Juan 17:15.