Pablo se sentía muy cómodo con su terapeuta. Había diferencias significativas con las veces anteriores en las que había hecho terapia. Le llamó la atención, por ejemplo, que no hubiera escritorio de por medio. La modalidad “dos sillas enfrentadas a cada lado de una mesa” no existía en este nuevo ciclo, compuesto por una escenografía en la que un par de sillones eran los protagonistas inanimados de la charla. En el medio, una mesa ratona incidía para que en el living no hubiera sensación de vacío, razonó Pablo, que se acomodaba en uno de los sillones –no siempre era el mismo- y asombrosamente entusiasmado, procuraba colaborar con las consignas que le proponía Carlos. ¿Y por qué el entusiasmo? Porque sentía que su ánimo había mejorado con respecto a lo desanimado que estaba meses antes y, desde luego, quería seguir haciendo progresos en su recuperación.
Las terapias incluían su parte práctica. En esa línea, había tareas “para la semana”. Uno de los primeros ejercicios que Pablo tuvo que hacer, fue hablar con diez desconocidos, en el lapso que había hasta la próxima sesión: una semana. El psicoanalista, mediante esta consigna, lo incentivaba a que fuera superando su timidez pasando de la teoría del living/consultorio, a la práctica de la calle/campo de juego.
Un día Pablo se encontró, cerca de su casa, con un grupito de empleados de una rotisería. Protestaban en la puerta del local. Portaban cartulinas escritas con marcadores. A través de ellas daban a conocer su descontento. Pablo se acercó a una joven empleada y le preguntó el motivo de la mini-movilización. Tras la breve respuesta que apuntaba a las malas condiciones laborales que padecían, siguió su camino, satisfecho porque había sumado otro puntito en su lista de tareas. En condiciones normales, él jamás se hubiera acercado a la chica para saber qué estaba sucediendo, pero en esta oportunidad, sintió la necesidad y la obligación de hacerlo. Una vez realizado el “trabajo”, se fortaleció en la idea de que la recuperación era posible.
Muchos años después, escribió:
NO DEJEMOS DE CONFIAR
A través de las Escrituras, Dios nos dice que confiemos en él, incluso cuando no entendemos por qué estamos pasando por ciertas situaciones. La promesa no es que todo será fácil o que nuestras circunstancias siempre serán las que quisiéramos, sino que el Señor usará todo para nuestro bien y para cumplir su propósito en nosotros. Esto nos invita a tener una visión más amplia de las situaciones difíciles, sabiendo que detrás de todo lo que enfrentamos está el propósito divino, y que nuestro padre celestial obra en nosotros de maneras que a veces no podemos ver de inmediato. La Palabra nos enseña a vivir con esperanza, sabiendo que, aunque el dolor y la angustia sean parte de la vida, Dios no nos abandona. En medio de todo, Él está trabajando para que seamos conformados más a la imagen de su Hijo, y que nuestra vida tenga un impacto eterno.
Un sustento bíblico:
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Romanos 8:28.