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El consultorio de Carlos, licenciado en psicología, era un confortable living en un primer piso, al que se accedía por escalera. El ambiente, muy luminoso, comunicaba con un balcón a la calle. Allí, en su domicilio, atendía Carlos, un profesional muy cálido con el que Pablo se sintió rápidamente a gusto. Apenas comenzaron las sesiones, le contó que el motivo de su asistencia estaba conectado a la ruptura con la que ahora era su ex novia, lo cual había ocurrido algunas semanas atrás y lo había sumido en un importante bajón anímico. La disolución del vínculo sentimental, más allá de generarle una fuerte melancolía, incidió para que saliera a la luz la frágil autoestima que permanecía oculta bajo las sombras de aquel tranquilo pasar en relación de pareja. Esto, básicamente, es lo que Pablo le transmitió a su nuevo interlocutar tras las presentaciones de rigor. El terapeuta escuchó su problema, pareció comprender de inmediato, y le explicó cómo trabajarían para mejorar la situación.

Pablo se sorprendió al descubrir la novedosa metodología que Carlos implementaría: la terapia no consistía sólo en ir y hablar –como en las experiencias anteriores que había tenido-, sino también en accionar. Era lo que se conocía como prodecimiento cognitivo-conductual, aunque él, hasta ese momento, ignoraba que esto existía. Lo que Carlos proponía, concretamente, eran pequeños-grandes desafíos para realizar como “tarea” hasta el próximo encuentro. Estas tareas debían ser hechas durante lo cotidiano: en casa, en el trabajo, etc… ¿Un ejemplo? Ante el temor a encarar un diálogo con gente –desconocida o no-, lo que Pablo tenía que hacer era justamente eso: ir y hablar. Así, de a poco, según los lineamientos de esta terapia, iría perdiendo el temor que lo dominaba. El desafío estaba planteado.

Muchos años después, escribió:

UNA FRASE, UN AMOR

Existe una frase sumamente escuchada y leída: “Dios es amor”. Se la suele utilizar superficialmente pero es muy cierta. El Señor ama al ser humano al cual creó y no deja de hacerlo. Lo que sí sucede es que a las personas seamos indiferentes o rechacemos su amor. Pero así y todo, él seguirá amándonos. Su amor no se apaga ni disminuye. No cambia por odio o por frialdad, como puede ocurrirnos a nosotros ante un desengaño amoroso. Su amor es infinito, inagotable. Por eso, hasta el último momento de nuestra vida, estará esperando que –si no lo hicimos antes- dejemos de lado la rebeldía y vayamos a su encuentro. No desperdiciemos más tiempo: al hacerlo, no nos arrepentiremos.

Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. 1 Juan 4:16.

LA RESPONSABILIDAD DE HABLAR

No es tan fácil hablar de Dios en una sociedad que le da un espacio casi nulo a todo lo que tiene que ver con el Creador del Universo. Sin embargo, el mensaje de amor y salvación que los creyentes recibimos y aceptamos, tenemos la responsabilidad de darlo a conocer, para que las bendiciones que hemos experimentado lleguen a más y más gente. Después, cada uno sabrá o no qué hacer con ese mensaje. Pero el Señor quiere que su Palabra circule, y así alcance a más almas, y esas almas no se pierdan. Por intermedio de las Escrituras, Dios nos encomienda a transmitir al prójimo su mensaje. Es nuestra obligación hacerlo, y un hermoso desafío tratar de hacerlo con amor, como todo lo que de él proviene.

Y día tras día, en el templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas nuevas de que Yeshúa (Jesús) es el Mesías. Hechos 5:42.

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